La Tunchiplaya de Armando Ferreyra
Moisés Panduro Coral
Todavía recuerdo la animosidad con la que muchos opositores trataron de traerse abajo el proyecto que buscaba reconvertir el antiguo zoológico de Quistococha en un lugar turístico y de recreación en el que además de pasear por los caminitos del bosque circundante del lago del mismo nombre, conocer algunas especies de la flora amazónica, visualizar en vivo y en directo animales de la fauna silvestre, los visitantes tuvieran la oportunidad de gozar de un día de playa, bañarse en el agua fresca, y, sacudirse de las toxinas y el estrés en la cada vez más bullente ciudad de Iquitos.
El proyecto consistía en trazar unos caminos por los que se podría recorrer las márgenes que bordean la forma medianamente ovoide del lago Quistococha, construir malocas en determinados puntos, identificar la arquitectura floral del bosque, incrementar el muestrario de especies de fauna silvestre, construir espacios deportivos en la parte superior externa del área, además de trasvasar un buen volumen de arena blanca -que abunda en dicha zona- desde la parte alta hacia la orilla más próxima del lago. Ese trasvase de arena tenía como finalidad crear una playa artificial que en el plano del proyecto recibía el nombre de “Las Palmeras de Quistococha” en alusión a los árboles de aguaje que crecían cerca y que dotaban al lugar de una belleza escénica que hacía juego natural con el reflejo de las aguas.
La ojeriza contra este proyecto se acrecentó a medida que llegaba el día de su ejecución. Organizaciones y gremios de empresarios emitieron pronunciamientos de todo tipo y tenían eco en los medios de prensa con reproches de todo calibre al funcionario encargado del sector industria y turismo que ideó el proyecto y estaba a punto de materializarlo. Entre varias recriminaciones, se decía que el proyecto obedecía a su deseo de enriquecerse con el dinero de la Cordeloreto –la entidad financiadora-, de botar la plata del pueblo por las puras, y, cuando no, de favorecer supuestos intereses de “poderosos empresarios extranjeros” en detrimento del empresariado local. Hubo hasta un imberbe del micrófono que decía que le habían chancado la mano.
El hombre no sólo soportó como un guerrero esas hablillas adversas que inclusive se publicaron en diarios y semanarios de nuestra región de los que conservo un par de ejemplares. También fue escarnecido e insultado de ignorante por los que se proclamaban defensores de la naturaleza quienes vaticinaban que crear la playa artificial en Quistococha iba a ocasionar un desequilibrio ecológico de consecuencias dramáticas. Decían que la secuela inmediata sería la desaparición de los bosques de la parte alta por los hundimientos del suelo que se iban a producir por efecto de la pérdida de la arena blanca, que el lago desaparecería en menos de cinco años porque la arena colocada en la orilla iría avanzando hacia el centro hasta secarla, que el reflejo de la radiación en la arena blanca afectaría a los bañistas, que el lago iba a incrementar su temperatura por la cantidad de personas que recibiría lo que a su vez derivaría en una migración masiva de los recursos ictiológicos por lo que este espejo de agua se quedaría sin peces. Éstos sólo para resumir algunos de los pronósticos apocalípticos que se hicieron.
Es probable que estos anuncios catastrofistas hayan sido la expresión de una legítima inquietud por la conservación del medio ambiente, pero ninguno de esos augurios ocurrieron, porque también es probable que el funcionario haya dispuesto medidas de mitigación que redujeran o revertieran el impacto ambiental negativo que podría tener el proyecto. No sé exactamente cuáles puedan haber sido esas medidas, tal vez colocó contenedores de arena eficaces, sembró especies antierosionantes en la parte alta, calculó bien la presión antrópica sobre el área, estudió y guarneció la salida y entrada de agua, etc. Lo que sí sé es que el lago sigue allí con sus peces, su profundidad, sus aguas, sus bosques circundantes, su playa artificial y sus visitantes. Y eso, a pesar que el llamado Centro Turístico de Quistococha no ha recibido inversiones en trabajos de mejora y acciones de mantenimiento en la última década.
Los hechos que he relatado ocurrieron hace unos 25 años, en una época en que no había una legislación ambiental tan estricta como la que existe ahora en nuestro país que exige la realización de estudios de todo nivel para identificar, prevenir, supervisar, controlar y corregir anticipadamente los impactos ambientales negativos que pudiera tener la ejecución de un proyecto de inversión sea público, privado o mixto. Una legislación que establece explícitamente que no podrá iniciarse la ejecución de proyectos y ninguna autoridad nacional, sectorial, regional o local podrá aprobarlas, autorizarlas, permitirlas, concederlas o habilitarlas, si no cuentan previamente con la certificación ambiental dada por la autoridad competente.
Pues bien, el hombre que concibió la idea del proyecto en su conjunto, y en particular de la playa artificial de Quistococha descansa hoy en paz. Un par de meses atrás sus amigos y compañeros y su familia lo despedimos cantando la marsellesa aprista. Llevaba buen tiempo enfermo y se despidió honradamente pobre, puedo dar fe. Me tocó dar el discurso de despedida como Secretario General de mi Partido. Encargo muy difícil teniendo delante de mí el féretro en el que yacía un gran compañero al que aprecié todo el tiempo. Hoy vengo a decir lo mismo que ese día pronuncié con palabras entrecortadas. Vengo a reivindicar su nombre, a resaltar su apasionamiento, a realzar su espíritu solidario y a vocear su aprismo al tope. Le decíamos “el tunchi” por sus ojeras permanentes. Fue por esta razón, y sin que él se propusiera, que la playa artificial de Quistococha que, en un principio se llamó “Las Palmeras de Quistococha” sea rebautizada después por el ingenio popular como “Tunchiplaya” y así quedó registrado.
Hablo, por supuesto, de Armando Ferreyra López y Aliaga. Para que no le olviden. ¡Nunca!. Para perdurarle en el corazón. ¡Siempre!.