En la patria del poco metal y de la mucha melancolía las elecciones son cosa del pasado. El olvido se ha instalado en ese país que sucumbió a la nada mientras se preparaban las elecciones del 2020 donde se iba a elegir un nuevo Congreso. Sucedió en aquel tiempo en que de pronto todos y todas cayeron en la cuenta de que no se podía votar por nadie. Los tantos candidatos eran la muerte. Eran seres que no tenían las manos limpias y que cada paso que daban estaba marcado por la conducta dolosa. Era asombroso que cada uno de los postulantes a los curules tuvieran en su haber demandas, denuncias, citaciones judiciales, juicios, sentencias, persecuciones de las autoridades, correrías, órdenes de captura. Era como si tratara del desfile de aberraciones humanas que habían delinquido. Era como estar ante la memoria viviente de una cárcel. Ello motivo para que incontables ciudadanos cuestionaran esas elecciones.

El tribunal de La Haya intervino en aquel tiempo diciendo que era imposible que se realizaran las elecciones debido a la abrumadora mayoría de pillos que buscaban sus escaños. Fue así como el 28 de enero del 2020 fue declarado día de la muerte de esa extraña costumbre de elegir a sinvergüenzas. En medio de los discursos, de los agasajos, de los brindis  no faltaron ciudadanos que  no querían votar nunca más en sus vidas. A partir de ese momento fue que no se pudo convocar a ninguna elección, pues no había seres probos y honrados capaces de desempeñar con limpiezas sus funciones de poder. El país entero entró entonces en el azar para elegir a sus representantes. Se usó a partir de allí la tómbola con el cuy de la suerte que elegía a los presidentes, congresistas y demás representantes. Pero esa manera de elegir no podía seguir para siempre. No era serio que el cuy decidiera por los demás.

De manera que se suprimió toda elección y la patria de la blanca y roja entró en una ausencia. En el Perú de hoy no existen presidentes,  ministros, alcaldes, altos funcionarios, parlamentarios, gobernadores. Todo el mundo hace lo que la da la gana, nadie respeta a nadie y cada quien se dedica a los juegos de azar y, además, juego a las barajas en plena calle. Sin rumbo cierto, a la deriva, el país corre el riesgo de desaparecer. En otras partes aparecen postores que quieren comprar las regiones como un negocio cualquiera.