En el mundo de los escaños los suecos ocupan un lugar ejemplar. Los parlamentarios de por allanga no se consideran seres superiores ni varones dotados de grandes cualidades que tienen que cobrar a manos llenas, tener privilegios solo por el simple hecho de usar una curul. En el ejercicio de sus funciones carecen de incentivos vanos, de gollerías sospechosas y cobran sueldos justos y equitativos.  Un parlamentario sueco puede vivir en condiciones normales, sin poses de padre de la patria y realizar trabajos comunes a todo mortal. El perfil del  parlamentario sueco fue elegido por el Congreso del Perú para dar la ley de elección de sus representantes.

Los congresistas que sean elegidos en el 2016 en el Perú se conducirán como los parlamentarios suecos. Es decir, tendrán que vivir en modestos cuartos alquilados si es que son de provincia; no tendrán ni asesores, ni asistentes ni secretarias;  usarán los medios comunes de locomoción como microbuses, motocarros y combis; cocinarán ellos mismos para alimentarse o atender a las visitas;  lavarán sus ropas cada fin de semana para vestirse decentemente. Para evitar los privilegios, no tendrán un sueldo fijo y abultado y ganarán de acuerdo a las gestiones que hacen, las leyes que elaboran y otros aciertos. En caso de dedicarse a calentar el asiento o a cambiarse de bancada perderán el derecho a su sueldo mínimo. Es increíble lo que ocurrió luego de la promulgación de la ley del parlamentario peruano.

El deseo de convertirse en congresista aumentó considerablemente. En ese auge puede verse el deseo de servir al pueblo, a la patria, al votante. Nadie esperaba que las expectativas se dispararan y hasta hay gente que quiere pagar mensualmente para desempeñarse como parlamentario. La reforma congresal ha calado hondo en el espíritu de los peruanos de ambos sexos que por fin descubren su vocación de servicio largamente postergado.