La mermelada del caos

Era un secreto a voces. Todo el mundo lo comentaba. Me refiero a los casos de corrupción generalizada que tienen como epicentro los gobiernos regionales. En mis visitas a Iquitos desde que me encontraba con algún conocido o conocida en la sala de espera o en el avión me hablaban de la corrupción en los diferentes ámbitos de poder (sea regional o local y otros ámbitos de la Administración). En principio pensaba que eran cuestiones de interesados celos políticos pero no. Los casos con pelos y señales empezaban desde la secretaria terminando en el jefazo, quieren su “alita”. Todos están en la salsa, hermanito. Nadie se escapa, eran las frases de resignación e impotencia que escuchaba de amigos y conocidos. Los amaños son la norma de la vida política. Son torticeros. La vida pública les importa un pepino o un caimito. Se suben a la política no con el fin de servir a los intereses generales o de pergeñar el bien común, sino de acrecentar las arcas personales. No hay político o política que se precie que en el ejercicio de un cargo público no engorde sus cuentas corrientes con dinero ilícito. Es nauseabundo. La ejemplaridad pública que debería ser el norte de todo aquel que ejerza una función o cargo público es una entelequia, un brindis al sol o a la bandera. Hermano, que romántico eres por no decirme, no soy un reverendo cojudo. Es terreno de aluvión y de confusiones. Leía con perplejidad que una niña ganó un concurso de televisión a nivel nacional por su buena voz y los partidos políticos le donaban dinero para sus gastos personales (en algunos medios de comunicación alentaban a los partidos a hacerlo) ¿? ¿Por qué una institución del Estado no le puede dar a la niña una beca de estudios y encausar su privilegiada voz? ¿Qué tienen que hacer los partidos políticos en este berenjenal? Así andamos, confundiéndonos en este ambiente que huele a hez.

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