El fantasma del Amazonas, de Roberto Reátegui:

 La fragata Amazonas fue el primer barco peruano que navegó por el mundo. El 26 de octubre de 1856, al mando del capitán de navío José Boterín, partió del Callao, y en faenas de mar permaneció 308 días con sus noches. Su retorno fue triunfal y su hazaña se inscribe con todo derecho en la historia naval del Perú. Años después, en 1916, un pequeño barco, el Yurimaguas, realizó una hazaña cuya apasionante aventura, enlazar los remotos puertos y de Iquitos y del Callao, no figura en ninguna parte, salvo en algunas memorias anónimas. El largo viaje de esa nave es el tema de la novela El fantasma del
Amazonas
, de Roberto Reátegui que Alfaguara publicó recientemente.

 

El barco Yurimaguas fue construido en el puerto de Glasgow en un astillero de la firma Murdoch y Murray por orden del armador Adolfo Morey Arias. Y no parecía una nave destinada para largos y arriesgados itinerarios, ni para hazañas de navegación. Más parecía un vapor hecho para cruceros turísticos, para sosegados paseos cortos con su color blanco, su proa convencional, su único piso, su chimenea estridente. Pero pese a todo ello ejecutó la proeza de unir dos mundos distintos y distantes, Iquitos y Lima. El río y el mar se unieron en una epopeya que desafortunadamente ha permanecido en el largo olvido.

Para entender en toda su dimensión ese itinerario descomunal, hay que comprender primero que la navegación fluvial en la maraña fue siempre fracaso. El retraso es una manifestación del fracaso. Y el barco a vapor tardó demasiado en llegar y cuando arribó no cumplió con su cometido. Los barcos que vinieron en la llamada fundación de Iquitos, pronto dejaron de cumplir con sus misiones y pasaron a manos privadas. El Yurimaguas pretendió, en un momento difícil, en el instante de la crisis cauchera, abrir la ruta inversa, desde la patria pequeña, desde el espacio regional, una conexión acuática. Ello como oposición al esfuerzo estatal de imponer o mejorar el servicio de navegación que, como hemos dicho, fue siempre fracaso.

La obra de Reátegui se hace eco de la novela de aventura marinera y gracias a una minuciosa y detallada investigación reconstruye el viaje paso a paso, incluyendo a todos los lugares, grandes o pequeños, de la travesía. El que cuenta la historia es un personaje que estuvo en el viaje y que luego de muchos años reconstruye la hazaña, apelando a la memoria, a la vez que cuenta el viaje de María Santos que hacía años había partido de Iquitos con rumbo el Callao, buscando las huellas de su esquivo marido de nombre Maximino. De esa manera se incorpora la pasión del amor a esa aventura marinera. Justamente el amor que siente el adolescente por ella da la nota dramática a la novela, en el momento en que no hace nada y deja morir ahogado al navegante Herr Hoffman.

El barco Yurimaguas, para realizar su hazaña, se opuso con tenacidad a todas las trabas, trabas que comenzaban en la Capitanía del puerto de Iquitos. La autoridad de ese lugar no dio permiso para el viaje a la nave, aduciendo cualquier pretexto. En realidad, era el temor del centralismo de verse sobrepasado por la iniciativa privada en el rubro de la navegación. Las trabas continuaban con el desconocimiento de la ruta segura, con los incidentes propiciados por la naturaleza y con otros hechos que se evidencian con el frío recibimiento oficial en el puerto del Callao de parte de las autoridades de ese entonces.

En el puerto del Callao se pierde el rastro del Yurimaguas. No hubo viaje de retorno. Entonces el esfuerzo desplegado, el viaje victorioso, la derrota de las incomprensiones y de los peligros quedó en nada. Como si todo hubiese sido en vano. De esa manera la nave se convierte en un fantasma que estuvo navegando por el Amazonas. Ninguna iniciativa posterior buscó establecer esa ruta de navegación que uniera Lima con Iquitos. Es decir, la hazaña de ese barco no prosperó.

En esa derrota puede verse, mas que una derrota de las faenas de navegación, el desencuentro entre los empeños regionales y las decisiones del centralismo. Las iniciativas de tierra adentro no cuentan. Todo se sigue decidiendo en la horrible capital y la región de los bosques parece que contaría con habitantes fantasmales que no tienen ni arte ni parte en las acciones y las obras que deciden su destino. Esa historia la conocemos a diario y la novela de Reátegui, apelando a un hecho del pasado, a una hazaña olvidada, nos recuerda que siempre ha sido así.