Cuando salió la primera encuesta sobre la segunda vuelta, los seguidores de Keiko Fujimori dejaron de lado el triunfalismo, la soberbia y el menosprecio a los perdedores. En prolongadas reuniones buscaron la estrategia para remontar esas cifras y arribar triunfalmente al sillón de Pizarro. Luego de descartar la realización de parrilladas colectivas para agenciarse de fondos y de votos, de dejar de lado las rifas y abandonar las cenas, decidieron jugar la baraja más fuerte que tenían. Era la intempestiva y forzada liberación del ingeniero Alberto Fujimori para que comandara al partido hasta la victoria final.  El argumento que emplearon los congresistas era la pasada salida de la cárcel de Gregorio Santos para asistir a un debate político. El ingeniero podía salir a reemplazar a su hija, realizar su campaña y volver a su celda.  El Jurado Nacional de Elecciones, en otra de sus descabelladas  decisiones, aceptó la propuesta de los legisladores fujimoristas.

Entonces el ingeniero volvió al ruedo político, a la campaña de las ánforas electorales, con renovados bríos y una insaciable sed de mando y de poder. Su principal oferta era que no hará ningún shock para evitar  cualquier posible crisis económica. Luego juró y rejuró que respetará  la democracia, la independencia de poderes, la libertad de opinión y de expresión y no permitirá  la compra vergonzante de medios y de periodistas y jamás contratará los servicios de ningún asesor. El ingeniero estaba ya en campaña, rodeado de sus hijos, su yerno y sus partidarios más decididos, cuando en todas partes del país surgieron colectivos en sus contra. Voceros de esos grupos le recordaron su pasado cuando era presidente y llamaron a no votar por él.

El ingeniero hizo todo lo posible por remontar los vientos en contra, hizo esto y aquello, dijo y se desdijo, pero no pudo convencer a un electorado que prefirió votar por el contrincante. A la hora del conteo de los votos, don Alberto Fujimori perdió la segunda vuelta que había ganado su hija.

1 COMENTARIO

  1. Sí se la quieren dar de graciosos, fabulistas, humoristas, irónicos, contadores de chistes o payasos del periodismo, por lo menos tengan la amabilidad de identificar al autor o autores de semejante bodrio… El respeto al público en general y de modo directo a sus lectores, lo requiere…

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