NOTA: Cuento de Percy Vílchez Vela

ENTONCES ERA TIEMPO PROPICIO PARA QUE Generoso Ramírez calzara las aladas y anchas botas del peregrinaje por el vasto mundo. En sus ilusiones siempre había ardido la urgencia por marcharse, por abandonar el caserío donde había nacido. Su afán era conocer lugares de ilusión que se extendían más allá de la línea de montañas, donde esperaba vivir arriesgadas aventuras. En el estribo de la partida compartió con sus familiares los ritos del adiós y los halagos del porvenir que le esperaban, gracias a sus destrezas de hechicero máximo, de experto en el poder de las savias secretas, oficio recientemente inventado porque, eso sí, era diestro en alardear de dones que no tenía. De modo que no hizo caso de las recomendaciones de su madre para que no se burlara de los auténticos brujos que abundaban por el oriente y se marchó sin volver los ojos hacia lo que abandonaba.

Mientras caminaba por el viejo sendero de Pan guana imaginaba proezas inauditas, hazañas memorables que le llevarían a la cumbre de la fortuna. En su intento de impresionar a eventuales pacientes iba adornado con extraños arabescos en su piel, el cuello estrangulado por numerosas vueltas de collares y cargaba un pequeño baúl repleto de frascos de agua, pócima milagrosa de su invención         que iba a emplear para extirpar todos los males del mundo. En delirio de samán avanzó sin rumbo preciso, eligiendo la orientación de acuerdo a los pálpitos del azar. Muy pronto recorrió los caseríos cercanos a Pan guana, pasando cerca de los sembríos, visitando las modestas casas, entró en barcos que surcaban y bajaban repletos de pasajeros y hasta se reunió con una muchacha que quedó fascinaba ante la evidencia de su sabiduría ancestral y moderna.

Era el mes de mayo de 1970 y la campaña fraudulenta requería de pomposa propaganda de sus inventados dones y dotes cuando arribaba a otro lugar. Esa mañana en Colpa el día era un incendio debido al calor implacable. Lo intenso del verde orillero, los destellos expansivos del Amazonas, inspiraron a Generoso Ramírez convirtiéndole en el médico que venía directamente de los Montes Pirineos para sanar todos los males incurables. El vociferante anuncio rindió sus frutos en el corto plazo. Estaba entonces instalándose en la casa que había alquilado a un morador viudo que se llamaba Roque Gastón Vela, cuando 2 hombres le visitaron como emisarios de la desesperación, suplicándole que salvara de la muerte a Pedro Sangama. El que agonizaba era un mocetón cobrizo, de pequeña estatura y enamorado de las impresiones fuertes. Cuando Generoso Ramírez le visitó para revisarle, Pedro Sangama dejó de revolcarse de un lado a otro, de estrujar su vientre y de quejarse de unos extraños dolores que sentía por todo el cuerpo.

El inspirado samán, antes de iniciar la curación, alardeó de sus destrezas concedidas por innumerables dietas, exageró sus gestos para la ceremonia, desalojó del cuarto a los hermanos de Pedro Sangama y procedió a cantar un icaro mientras soplaba todo el cuerpo del agonizante con humo de tabaco. Después le convidó un frasco con agua, diciéndole   que ese brebaje era capaz de resucitar a las piedras. El fulminante tratamiento fue oportuno ya que el agonizante y postrado sintió inmediato alivio del calvario de sus dolores que durante una semana le habían crucificado.  La fatiga y la compasión no le impidieron agradecer a la pócima milagrosa, alabar la sabiduría del médico y jurar que después iba a difundir por Colpa los pormenores de su rescate de las garras del sepulcro.

La fabulosa propaganda oral del milagro divulgado aparatosamente por un rejuvenecido Pedro Sangama conmocionó los cimientos de Colpa. La procesión de personas comenzó de repente, como un alud que surgía desde las entrañas terrestres, una avalancha promovida por el tránsito de las aguas. Las gentes que venían trajeron ofrendas de dinero o gafos de plátano o carne ahumada para pagar las consultas, eligieron distintos horarios para ser atendidos y decían que el autor de la curación de Pedro Sangama había recibido la gracia celestial. Esperanzados en alcanzar la las alamedas de la prometida existencia sin opresiones, contaban que durante muchas lunas Generoso Ramírez había sido hereje y blasfemo, fornicador de mozas y potrancas, asaltante de balsas viajeras y barcos desprevenidos y cuchillero destripador en ciudades lejanas. El infame comportamiento de semejante impío promovió la intervención de las criaturas del Señor. Los ángeles alados, coronados por luces resplandecientes y armados con espadas de fuego, le interceptaron cuando atravesaba una laguna. Enviados y justicieros, ellos le reprendieron por sus delitos, le amenazaron con achicharrarle en las grutas del infierno y le concedieron la ocasión de enmendarse consagrando sus días a aliviar los dolores de la sufrida humanidad, porque el fin del mundo estaba cerca. La anunciada catástrofe del fin de los tiempos perturbó horas  

El flamante anuncio de la segunda venida triunfal del único enviado por las alturas exaltó también a Generoso Ramírez. En su memoria estaba latente la espera de las señales del regreso prometido durante siglos. Entonces anheló fervoroso que se abrieran las compuertas del cielo y que descendiera el Salvador sentado en su trono y escoltado por angélicos coros. No el mendicante de la visión sino el completo de gloria eterna y renombre planetario. Y ansío que su arribo convirtiera en frenesí inmaculado las ulcerantes llagas y las amarguras de la muerte. No tenía ningún temor porque sería comprendido, perdonado y enmendado por su infinita sabiduría ¿Era el mismo de siempre o el alucinado vernáculo que vio el crucificado? La pregunta le acoso con insistencia y le hizo pronunciar varias veces su nombre como para reconocerse, hasta que le interrumpió el barullo de la instalación del mercado ocasional con comestibles de rápida preparación. En un segundo aparecieron también personas con techos de hojas de plátano para la venta de pescados. Los niños dieron inicio al comercio ambulatorio ofreciendo frutos de casa, alfeñiques y cocadas. El negocio improvisado se completó cuando apareció una bodega de emergencia frente a la casa.

El ídolo labrado apareció una mañana de espaldas al horizonte por donde salía el sol. Antiquísimo en su esplendor anónimo, anterior a las maniobras del rito o de la casa, adornaba su cuerpo de arcilla con collares y amuletos, y tenía las manos entrecruzadas a la altura de su vientre. En poco tiempo había abandonado había recorrido enorme distancia para abandonar las visiones convocadas por el fervor de los que arribaron a Colpa. Las noches siguientes adquirieron una atmosfera amenazante. El augurio maléfico de los pájaros desgarró el bosque. Las fieras se dispersaron espantadas. Y el olor a guerra invadió los contornos Entonces las volutas de luz salieron de la boca del ídolo y, como anillos de serpiente, aprisionaron el cuerpo de Generoso Ramírez que entonces dormía intranquilo porque sospechaba que el tiempo le iba a faltar para atender a tanto paciente. En el vertiginoso viaje en tinieblas recuperó su rostro olvidado de guerrero primordial. La tormenta en la planicie era implacable, pero no disimulaba la unánime espera en la cumbre de los pajonales de Juan Santos Atahualpa. El antiguo combatiente, ataviado con tinturas sagradas y cushma de guerra, avanzó por el pasadizo donde estaban los principales caciques esperando el retorno después de siglos. Durante días con sus noches, sin dormir ni probar alimento, el también aguardó el retorno después de mucho.  Nadie descubrió el rapto nocturno ni su ausencia esperanzada en la intemperie de la meseta, porque cuando abrió los ojos el tiempo todavía no había transcurrido en Colpa.

El ídolo tallado le visitó después en sus sueños convulsos, recordándole que el rebelde iba a regresar con las primeras lluvias del año. Después, en escenas borrosas, el caudillo aparecía coronado por reflejos de luz solar, armado con su espada resplandeciente y prometiendo restaurar su reino perdido. Las inquietantes noticias de afuera arribaron a sus oídos por entonces. Todo era un caos que amenazaba con desbordarse, porque el gobernador pretendía cobrarle un cupo por la populosa invasión al caserío, el dueño de la casa que alquiló le acusaba de robo premeditado y le había denunciado para que le desalojaran, los vendedores aumentaban exageradamente sus precios, algunas personas completamente sanas entraban a las colas con el único fin de vender después sus puestos. El símbolo del martirio y del calvario humano amaneció cerca del barranco como desafiando al precipicio. La cruz era de madera tallada rústicamente, y fue traída a Colpa por las mujeres vestidas con trajes blancos, protegidas con escapularios artesanales y con los pies descalzos. La que comandaba la procesión femenina era una mujer activa y madura que vestía igual que las demás y que se distinguía de las demás por una cinta amarrada a su cuello. Cuando uno de los pacientes que vivía entre el caserío y la barriada, le habló de la revelación del visionario atormentado, ella se fue a buscar a las otras hermanas para recoger la réplica del emblema del predicador que había sembrado de cruces la llanura, aquel santón enigmático que se marchó prometiendo regresar algún día . Ella esperó el cumplimiento de su palabra entre las calles polvorientas y las casas a medio construir. Antes del inicio de la noche primera los lamparines, amarrados al madero horizontal, iluminaron esa cruz como en la época de un esplendor esperado. Era impresionante verla defendida por las luces caseras de las asechanzas del demonio. El cielo semejaba un festival de estrellas mensajeras. Las luciérnagas se encendieron como ánimas convocadas. Ella comenzó a predicar a eso de las siete de la noche. Las demás mujeres, alumbradas por más lamparines, santiguándose con reverencia y cantando melodías sagradas, la seguían mientras avanzaba entre la multitud. Habló del regreso del sembrador de cruces verdaderas, de la purificación del fin de los tiempos, el día de la resurrección y de la vida sin pesares que esperaba a los escogidos en un lugar nombrado Monte Santo. Era sobrecogedor escuchar sus palabras hondas y como desgarradas por las verdades eternas que revelaba una vez más. En los días siguientes los lamparines no dejaron de iluminar las cruces. La mujer predicaba algunas horas y luego se ocupaba en preparar la comitiva para visitar los caseríos renovando el ciclo de las cruces iluminadas.

Las orillas bullangueras de la ciudad de Iquitos fueron remecidas por las versiones del arribo a Colpa de un escogido por los arcángeles, un visionario que había compartido las torturas con el _Salvador o un enviado a fundar el credo de las cruces iluminadas por antorchas inmortales. Entonces desfilaron hacia los puertos, entraron a botecolectivos, viajaron impacientándose por la demora y desembarcaron en Colpa diciendo que el escogido, el elegido o el enviado había resucitado al tercer día de entre los muertos. La latente esperanza por aniquilar la traición del sepulcro les impulsó a decir que poco después de morir Generoso Ramírez corrió por un sendero de sombras, persiguiendo a un resplandor que se alejaba por el desierto. Esquivó tumbas de huesos blanqueados y horrores de cadáveres insepultos, evitó las primeras tentaciones y las trampas del diablo, ascendió a una cumbre que le aguardaba y se arrodilló agotado. De improviso aconteció un retumbar de trompetas y una voz que desgarraba el cielo le ordenó regresar a la tierra y consolar a los afligidos porque todavía no era tiempo del dolor de sus funerales.

Entonces el sepulcro tembló y él volvió a estar entre los vivos con una cruz a cuestas. La iluminación de los lamparines se hizo más intensa y con ese anuncio. La comitiva de damas partió a la mañana siguiente. Generoso Ramírez también quiso marcharse con ellas a sembrar de cruces la llanura y el mundo. Pero era demasiado tarde. Atraídos por su creciente renombre no faltaban en Colpa legiones de periodistas decididos a entrevistarle, estudiosos ávidos por desentrañar los misterios de su sabiduría, turistas interesados en retratarle y religiosos que le acusaban de herejía, de tener un hato de mujeres pervertidas, de guardar su plata en bancos extranjeros y haber pactado con el demonio para traer oscurantismo a esas tierras.

Era inevitable que ese asedio tumultuoso obligara a Pedro Sangama a escoger la guardia de honor entre las personas que más conocía. Los centinelas elegidos, juramentados en veloz ceremonia alejaron de la persecución ajena a Generoso Ramírez. Después formaron una barrera infranqueable que dejaba pasar solo a las personas que iban a ser atendidas. Después nadie, ni su misma mujer que laboraba día y noche para que no faltaran los frascos con agua -no cualquier agua sino el agua medicinal y sagrada que contenía el pasado y el porvenir y que solo ella sabía extraer de los ríos podía dirigirle la palabra. Desde ese enclaustramiento el nombre de Generoso Ramírez adquirió ribetes legendarios y muchos suponían que no estaban en el reino de la tierra porque había subido a las cumbres del firmamento, buscando a las voces celestiales que le eligieron por los siglos de los siglos.