En el itinerario del delito los hampones no se detienen y cada vez aparecen en las crónicas rojas con aires de incursión en otros ámbitos, con jornadas de innovación. Nada ni nadie en el Perú de las uñas largas y las garras desatadas está libre de ser una víctima del asalto o del robo. Pero el episodio del atraco a una cocina de parte de avezados delincuentes supera todo límite de asombro.


El impresionante hecho ocurrió en un modesto lugar de Villa El Salvador. Allí había un lugar dedicado a cocinar alimentos para atender a unas 120 personas en situación de pobreza o desamparo. El nombre de ese sitio era “Mujeres Unidas”. Es decir, era un acto humanitario en un país de subalimentados o mal alimentados como es el Perú de la anemia infantil y otros males. Nadie podía sospechar que en algún momento avezados delincuentes iban a arribar en un flamante auto, romper la cerradura y cargar con todo lo que había en el interior de ese modesto y servicial lugar.


Sucedió entonces que la madrugada de un viernes infausto esos delincuentes arremetieron contra el sitio de la preparación de alimentos y cargaron con cajas de aceite, de fideos, kilos de arroz y de azúcar, diversas verduras y hasta balones de gas que fueron comprados recientemente. No solo eso. Además se zamparon 170 soles que era un pequeño capital para la compra posterior de más alimentos. Es decir, los hampones hicieron tierra arrasada con ese servicio culinario a los demás.


El asalto a la cocina comunal revela la degradación del mundo del hampa. En este país se vive al borde, en el umbral del sálvese quien pueda y donde tantos sobreviven a duras penas. Robar alimentos, atentar contra un sitio donde se preparan potajes como una ayuda a los desheredados revela, también, que el hamponaje ha rebasado todo control de parte de las autoridades. Hemos arribado definitivamente a la tierra de nadie y corremos el riesgo de convertirnos en una sentina de la violencia delincuencial.