Percy Vílchez Vela

Empujando una carretilla surtida de baratas baratijas aparece cada mañana una mujer corpulenta que usa los cabellos amarrados. Con mañas de vendedora ambulante, gana un lugar entre las calles y así se dedica a vender su mercadería. Nadie al verla sospecharía que la tal vendedora es en realidad una congresista en actividad que también labora entre los escaños y que mensualmente cobra una jugosa marmaja. Nadie tampoco sospecharía que a la citada no le alcanza lo que gana en el Congreso. Es así que cada fin de mes cobra a manos llenas y en poco tiempo, en un segundo prácticamente desaparece todo lo que gana, incluyendo el plus que cobra por las jornadas de representación. Entonces Yesenia Ponce se queda en la miseria  y no tiene más remedio que sacar la carretilla surtida de baratas baratijas para recursearse y poder parar la olla. Desde hace tiempo ella tiene que trabajar en otra cosa para completar el presupuesto que necesita para sobrevivir cada día.

Es todo un espectáculo cuando a veces hace su ingreso con su carretilla al Congreso. Allí hace su racha vendiendo a los congresistas diferentes chucharías y luego abandona su carretilla y las baratas baratijas y se dedica a sus actividades parlamentarias. Y entonces, con desbordada pasión y con sólidos argumentos, propone un aumento considerable para  los congresistas, porque el dinero que ganan  es muy poco y no les alcanza para nada. Ella tiene que trabajar en otra cosa, porque no le alcanza lo que gana entre los curules. Luego agarra su carretilla con las baratas baratijas y sale a recorrer las principales calles de Lima. Nadie sospecharía        que ella es una curtida congresista que debería dedicarse en cuerpo y alma a fomentar las leyes que beneficiarían a los unos y los otros. Pero no. Pero tiene que dedicarse a otra cosa para sobrevivir. 

Lo que más llama la atención es cuando viaja a las provincias peruanas empujando su carretilla y sus baratas baratijas. En esas andanzas vendedoras hace poco arribo a Iquitos. Desde que tomó las esquinas de algunas calles para vender su mercadería fue rodeada por la gente que no podía creer que no le alcanzara el sueldo congresal. Ella, con números y con cifras, con argumentos contundentes, demostró a propios y extraños que era muy poco lo que ganaba.  En un momento culminante dijo que se había cansado de vivir así y que iba a renunciar al Congreso. Fue así como Yesenia Ponce abandonó los curules para dedicarse de lleno al comercio ambulatorio, donde ganaba mucho más cada mes.