La celebración olvidada

 Francisco de Orellana
Francisco de Orellana

 En vez de carnavalear a diestra y zurda, los febreros de todos los años los moradores de estos boscosos lares iletrados deberían leer sin descansar, noche y día, la crónica que escribió el dominico Gaspar de Carvajal sobre el viaje que realizaron las hambrientas y pleitistas huestes al mando de Francisco de Orellana.  Es el primer documento escrito por los europeos sobres estas indias frondosas y debería ser leído hasta por los que no leen ni la suerte. Ayer 12 de febrero se cumplió otro aniversario de ese escarpado viaje y nadie hizo nada, salvo la Universidad Privada del Oriente que bajo el impulso del profesor Jorge Linares llevó a los estudiantes a visitar el pueblo que lleva el nombre del explorador trujillano. Todos a una, como en tantas otras cosas importantes, se hicieron los locos. Pero esa obra tiene que ser leída.

No tanto para rendir tributo y pleitesía al brío y la bravura de los castellanos que en condiciones de  desventaja consiguieron revelar al mundo un río sin fronteras, un río innumerable que siempre fue una maravilla natural, sino para conocernos mejor, para entender algo de nuestro pasado y para no cometer los errores que ellos no cometieron. En la lectura del libro hay varias lecciones que los antepasados nos legaron. Ignorar esas lecciones es un desperdicio, una pérdida de tiempo y de dinero.

En esta ocasión nos vamos a detener en un solo aspecto de ese pasado que queda perennizado en la Relación de descubrimiento del gran río de las Amazonas, nombre que dio a su escrito el religioso. En su narración se descubre que los pueblos de entonces, los pueblos de antes, tenían una correcta política de asentamiento, una acertada estrategia de poblamiento. Ninguna aldea estaba perdida entre las tierras bajas, sometida a la furia y a los caprichos de las crecientes anuales. Los supuestos primitivos evitaban la catástrofe fluvial eligiendo las tierras altas.

No leer los escritos referentes a estas tierras, ignorar el pasado, cuesta más de la cuenta porque ahora se gastan fortunas en enfrentarse a la inundación, algo que nadie puede hacer seriamente. Es más, nuestros ancestros que dieron cruda y brutal guerra a enemigos superiores en armamento, que por azar no consiguieron detener esa navegación, tomaban sus previsiones para evitar el hambre: Inventaron el criadero natural, el estanque o una especie de piscigranjas donde criaban peces y quelonios. Y ese libro hay que seguir leyendo, volver a leerlo, porque tiene tantas cosas más.

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 Es, por ejemplo la primera fuente de la gastronomía oriunda, de esa suculenta cocinería unida a lo vegetal, surgida de combinaciones creativas que era parte de una sociedad nada atrasada como tantas veces se ha repetido. La crónica de Carvajal demuestra que el selvático de entonces comía muy bien, disfrutaba del yantar sin excederse, sin matarse descaradamente con la comida chatarra. La cosa no queda ahí. Después de leer la obra de Carvajal se debería leer el libro de José Barletti: “Los pueblos amazónicos en tiempos de Orellana”.