El señor Joseph Blatter, rodeado por varios abogados de cuello o corbata o chalina o pasamontaña, algunos presidentes de las federaciones de la de cuero, muchos representantes de la cadenas televisivas e incontables empresarios que compran y venden jugadores como si fueran salchichas, prestó su vibrante manifestación ante los graves jueces y fiscales y tinterillos del tribunal de la Haya. La denuncia contra el referido fue presentado por un ciudadano del Perú que se sintió humillado, ofendido, despreciado, excluido, burlado, por el agravio del arribo a Lima de la codiciada copa del mundo pelotero. ¿Qué hacía en el país ese trofeo inalcanzable hasta en los extravíos más desaforados?
En su denuncia el ciudadano manifestó que no aceptaba esa majadería, considerando que el Perú estaba eliminado desde que el mundo era mundo, desde que el aire se respiraba, pues de su memoria se habían borrado esos consuelos conocidos como México 70 o España 82. En su ansía de justicia agarró parejo y denunció también al presidente Ollanta Humala, a los ministros estatales, al congreso en pleno, a los colegios profesionales, a los rectores de las universidades, a los maestros, a los periodistas deportivos o no, a los presidentes regionales y sus consejeros, a los alcaldes y sus regidores, por soplarse la ofensa sin decir nada contra la Fifa y su gusto cruel por el humor negro, por la burla a los 4 fantásticos y otras zarandajas.
El nuevo entrenador de la imbatible blanca y roja, Manuel Burga, declaró primero que el equipo perulero era mundialista por derecho propio, no porque asistiera a los mundiales sino porque cada vez quería ir con más ansias a esas justas. Después presentó un recurso de amparo ante el mismo tribunal hayista. En el tenor denunciaba a ese ciudadano como miembro del detestable curroñao o gremio de los nefastos, disolventes y anárquicos comedores de gato.