Por: Moisés Panduro Coral
El ministro de la Producción, señor Ghezzi, ha informado recientemente que su sector quiere promover las inversiones en las actividades acuícolas por que tienen un enorme potencial para la dinámica de nuestra economía. Aún cuando el mencionado ministro descubre la pólvora un poco tarde, sus declaraciones ponen en evidencia que ésta es una de las áreas que falta emprender y potenciar con mayor eficiencia, ya que actualmente representa apenas el 1% de la pesca nacional, lo que se expresa además en el quinto lugar que ocupamos en el ranking de los países de la América Latina y el Caribe en producción acuícola, por debajo de Chile, Brasil, México y Ecuador.
En una región como Loreto, ampliamente rica en diversidad de recursos hidrobiológicos y con espacios continentales propicios, la situación de la actividad acuícola tampoco es halagadora. Pese a que la acuicultura es una actividad considerada prioritaria en nuestro mapa de oportunidades regionales y al cuantioso gasto efectuado en los años precedentes por parte del gobierno regional, especialmente en el eje de la carretera Iquitos-Nauta, no hace mucho seguíamos ocupando el décimo puesto entre las zonas productoras acuícolas, superados largamente por Piura, Tumbes, Ancash, Puno, Junín, Ica, Lima, San Martín y Huancavelica, en ese orden. No dispongo de datos recientes, no sé cuanto pueda haber cambiado el ranking, pero definitivamente no estamos bien posicionados en el tema acuícola.
¿A qué se debe esta baja performance? Los fracasos o, en el mejor de los casos, los exiguos resultados obtenidos, se deben a varios factores. Podemos citar, entre ellos: la ineficacia y la esterilidad de los desembolsos efectuados por el Estado, pues gran parte de los préstamos destinados a fomentar esta actividad se han perdido en corrupción y se han malversado (verbigracia, los créditos otorgados para acuicultura que se han utilizado en la construcción de hostales y que no se han devuelto completamente); la desconexión de la academia, el gobierno y la empresa para efectos del acompañamiento técnico, la innovación tecnológica, la transformación con valor agregado y el mercadeo de la producción acuícola; así como la escasa cultura de emprendimiento y la falta de fijación de horizontes con metas precisas, medibles, demostrables y auditables por parte de las instituciones actoras.
Por eso es que el ministro Ghezzi ha señalado también que su cartera pondrá énfasis en el fomento de la innovación a través de los Centros de Innovación Tecnológica (CITE), de manera que se implementen posteriormente y/o se fortalezcan los parques industriales. Ésa es, pues, la ruta. Por eso, un CITE se concibe como un lugar donde se realizan, por ejemplo, prácticas demostrativas de cómo ingresan al proceso transformativo las materias primas y los insumos, y de cómo éstas en cada tramo de dicho proceso sufren variaciones en los que se van agregando valor al producto terminado que finalmente llegará al consumidor o usuario. Ésas prácticas demostrativas requieren equipos y tecnologías, y éstas se instalan en áreas adecuadas, es decir, en espacios que posibiliten el cumplimiento de sus propósitos que son esencialmente la transferencia tecnológica, la convergencia y complementación del esfuerzo público con la empresa que toma a su cargo los procesos de transformación a escala industrial, y la contribución al mejoramiento de los ingresos de las familias en el territorio cuya competitividad se quiere construir y consolidar en el mediano y largo plazo.
Así es como entendemos la relación entre innovación tecnológica y competitividad. No la entendemos de otra manera.