Infierno en Roma

En Roma esta Navidad será una fiesta ajena al postizo árbol arrinconado con sus luces, al pesebre pobretón y celestial, al barato panetón sospechoso, al espeso chocolate servido, al pollo de concurrida pollería. Sucede que en estos días los romanos y romanas de Iquitos están invadidos por una comitiva de gentes de mal vivir y morir, de seres torcidos que le entran al troncho marihuanero y al quete básico. Y en público, en plena calle, ante la vista e impaciencia de quien quiera que fuera, se entregan a sus desvaríos. Los fumones son una plaga y no pertenecen al lugar, vienen de otras partes y parajes y dan rienda suelta al vicio que perturba sus vidas. En medio del espeso y picante humo, de malas palabras, de líos violentos, destrozan todo descanso, toda decencia.

Los moradores de Roma, pasaje ubicado cerca a la iglesia de San Juan de Iquitos, se cansaron de soportar tanta majadería y han pedido a las autoridades que hagan algo. Conociendo como actúan esos señores de la ley y del derecho, del mando y de la acción, de la política y del partido de fútbol, nos compadecemos de estos romanos y romanas locales. Nos compadecemos del infierno en que viven desde hace poco, gracias a los señores del quete adulterado y del troncho de marimba. Nadie, con seguridad, les tenderá la mano o el patrullero. En esta ciudad el vicio no es penado. Es tolerado, contemplado y hasta incentivado. Los  fumódromos, las fumarolas, las fumonerías, están en sitios conocidos, establecidos, clásicos. Todo el mundo conoce donde arde el vicio y escapa el humo. Pero nadie aparece ni siquiera en simulacro de batida.

En la verdadera Roma el infierno tiene otro emisario. Es el fantasma del retorno del temible y grotesco Berlusconi. En la Roma de estos predios boscosos y pasteleros, en esa pequeña arteria, en ese modesto lugar, el infierno se relaciona con el consumo droguero. El vicio expuesto parece habernos vencido. En Roma de Iquitos lo saben ahora.