Por: Moisés Panduro Coral
Según la neurociencia moderna, el cerebro humano desarrolla tres cerebros en su vida. Nacemos con un cerebro reptiliano, llamado así por que es pura impulsividad, eje de reflejos intuitivos que aseguran la supervivencia, básicamente aquello que represente alimentación y reproducción. Entre el nacimiento y los 5 años desarrollamos el cerebro límbico, que es el centro de las emociones y sentimientos, el deseo, la agresividad, la depresión; una suerte de sistema referencial que nos permite entender el significado de las cosas. El tercer cerebro se desarrolla a partir de los 7 años, es la sede de la razón, es la herramienta lógica que utilizamos para el análisis, la planificación, los procesos intelectuales, el razonamiento.
El “código cultural” que es el significado que le damos a un objeto según la cultura en la que nos criamos, se fija en la primera niñez, es decir, se aloja en los cerebros reptiliano y límbico. Ya que estos códigos, con el transcurso de los años, se convierten en inconscientes (en el sentido de impulsos reprimidos que no llegan a la conciencia, pero que afloran en la personalidad del individuo) son difíciles de cambiar, pero su desciframiento nos lleva a entender las improntas, o sea a identificar los rasgos o influencias que quedan de una cosa o de un suceso.
Reflexionando con un grupo de jóvenes estudiantes sobre este tema lancé varias preguntas en voz alta: ¿Qué improntas puede estar generando el protervo asistencialismo que gobernantes populacheros han ido practicando desde que el fujimontesinismo promovió y expandió esta práctica tan común en nuestros días? ¿Cuál es el significado que el cerebro de los niños de la primera infancia le puede estar dando a los regalos que sus padres reciben por parte de candidatos que no tienen ningún otro argumento electoral más que el de regalar? ¿Cuál será el “código cultural” que se está configurando en los niños que después serán adultos y electores respecto de lo que significa la política, la juventud, la vida misma, el progreso humano, la solidaridad, la persistencia, el emprendimiento?.
La respuesta unánime me alegró porque es un indicador que el tema de clase se entendió muy bien. Todos me dijeron que no tenemos que preguntar cuál es el código cultural para cada uno de los términos, acciones o símbolos que los cerebros infantiles están configurando: será el mismo que estamos viendo, pues los jóvenes y adultos de hoy son los niños nacidos en los últimos 25 años. Así, el código para política podría ser “regalos en masa”, “sorteos en mítines”, “chamba en el Estado”, “platasapa que da propinas”, “vivazo, que la sabe hacer””, “tinterillo”, diferente radicalmente del significado semántico y vivencial que debería tener que es “servicio a los demás”, “arte de gobierno”, “honestidad”, “eficacia de gobierno”, “interés por la ciudad”, etc.
El código para juventud podría ser “full diversión”, “juerga”, “vive la vida y no dejes que la vida te viva”, en lugar de ser “etapa de afirmación de valores”, “preparación para la vida”, “gestación de compromisos sociales”, “energía y creatividad juntas”, etc. Para varios de estos jóvenes, sin embargo, el código para emprendimiento podría ser “largo plazo”, “mucho esfuerzo”, “perseverancia al límite”, “trabajar sin desmayar”, “caer y levantarse”, y en ese sentido colisiona totalmente con el facilismo, el cortoplacismo, el inmediatismo y el paternalismo que trae aparejados el asistencialismo.
Aquí están los rastros, las huellas, las improntas que el asistencialismo está configurando en nuestro código cultural. Nuestro deber es borrarlos de la inconsciencia colectiva.