En este mundo líquido, todo es gaseoso, se esfuma. Queremos palparlo y, hala, es volátil. Todo lo que supuestamente era sólido se derrumba. Es una epidermis gelatinosa la que pisamos. Es la marca de los tiempos. Se puede palpar  este signo de los tiempos en los diarios donde las noticias se esfuman a la velocidad del viento. Por eso siempre me parece oportuno hurgar en ese oficio que está codo a codo con el poder económico. Un lector o lectora nada despistada me preguntarían de arranca y con rigor y ¿la libertad de expresión? Sí, cada día es muy difícil conservar ese podio, es un derecho que se ejerce en plena tempestad. Continuamente el ejercicio de este derecho es asediado por quien tiene el poder económico y sus directrices, y también se advierte que son ejercidas por personas que fácilmente son domeñadas. Hace poco hicieron una encuesta, aquí en España, en que en un porcentaje muy alto de periodistas, decían que ellas y ellos ceden ante las presiones de sus jefes o, simplemente, se autocensuran. Con gran cinismo uno de los accionistas de un grupo económico que detenta un diario muy influyente en esta parte de la península dijo algo así en una entrevista, que esas son las reglas de juego o son como las lentejas o las comes o las dejas. Por eso ante una noticia siempre hay que tener una actitud de sospecha, de no creérsela fácil. Que hay algo detrás de ella y que a simple vista no es perceptible. Hay que recordar que son intentos diarios de avasallar una opinión propia (si es que la tenemos). Pero lo más preocupante es lo que pasa dentro de la profesión. Una muestra de esa debilidad del gremio periodístico es que hace poco en una reunión entre periodistas y la clase política de este país se entregó el premio como mejor orador al actual presidente de gobierno. El premio, como no, mostraba hasta donde baja la decencia de este oficio. Seguramente, el presidente de gobierno actual tendrá otras virtudes, pero de orador, nunca. Es una persona que cuando lanza un mensaje debe leer una chuleta ya preparada- según él porque ni su propia letra entiende, que le sacas del guión de una pregunta, entra en una nebulosa preocupante, y no puede improvisar ni una palabra y aún así con todos esos pergaminos de la retórica, le premian los periodistas como el mejor orador (para corroborar este afirmación pueden ver la hemeroteca sobre la dudosa retórica de este líder político). Es cierto que en estos tiempos líquidos hay duras presiones contra este oficio u profesión, pero también, los que están en esa corporación rápidamente y solícitamente, a la primera de cambios, hincan la rodilla sin ningún rubor.

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