Heridos del alma
¿Será que nuestra clase dirigente y personalidades autodenominadas cultas han preferido la prioridad del egocentrismo excluyente antes que contribuir al desarrollo colectivo de una ciudad que lo ha tenido todo y que lo ha desperdiciado también todo?
ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel
¿Será que no vamos a aprender las cosas buenas y que es difícil caminar derecho cuando de andar se trata? ¿Será que aquella frase donde en el país de los ciegos el tuerto es rey nos ha abrumado y se ha convertido en una cruda realidad de nuestra ficción como sociedad? ¿Será que hemos renunciado de generación en generación a inaugurar causas perdidas por los que siempre deambulan por la mediocridad del egoísmo es sus almas y tenemos que resignarnos a convivir con una clase política sin clase? ¿Será que nos hemos empeñado en superar en forma y fondo a los patrioteros que nos ha enviado el destino y tendremos que codearnos con los ninguneados que siempre buscan revanchas de guerras no declaradas? ¿Será que nuestra clase dirigente y personalidades autodenominadas cultas han preferido la prioridad del egocentrismo excluyente antes que contribuir al desarrollo colectivo de una ciudad que lo ha tenido todo y que lo ha desperdiciado también todo? Zavalita, ayúdame por favor. Ambrosio, colabóreme please. Marito, si usted prefiere, apóyeme para encontrar una respuesta ante tantas interrogantes que me planteo tan solo con ojear y hojear los diarios de setiembre de 1932 y los de junio del 2012. Y pienso que talvez cuando se celebre un aniversario más, ya sea bicentenario o más, una generación posterior a la nuestra habrá de hacerse las mismas preguntas y no encontrar las respuestas que sean el punto de partida para comenzar algo en serio. Estamos heridos del alma como sociedad, para hablar con algún recurso poético que ya Lequerica, ya Calvo, ya Vílchez, ya Reyes, ya Varela habrán experimentado ante la página en blanco que llenaron con su rabia estética y convertido en obra de arte.
En setiembre de 1932, el primer día, en Iquitos se vivía una efervescencia porque unos llamados patriotas habían recuperado Leticia, territorio que antes pertenecía a Perú. Y quienes lideraban la algarabía eran los barones del caucho y su descendencia. Marcharon desde la plaza de Armas hasta la plaza 28 y luego regresaron por el malecón al centro de Iquitos. Ahí pronunciaron encendidos discursos las autoridades que también eran empresarios. Aunque los recortes de la época no lo señalan textualmente es de imaginar que aquello de “la patria no se vende, la patria se defiende”, sonó en algunas gargantas. Hasta los diarios de Lima –aquella que alberga a la gente que siempre nos miró como su patio trasero- reseñaron constantemente las actividades de los que decían luchar por la patria. Yo tengo mis dudas sobre ese sentido patriótico de los caucheros que estaban más preocupados en la recuperación de sus tierras que en la defensa del territorio peruano. Pero más allá de esa duda y, siempre según los recortes periodísticos, esos empresarios daban la cara. Esos políticos ponían el pecho para defender sus ideas y sus intereses. Luis F. Morey, integrante de una familia que ganó harto dinero con la goma a costa de gomear mortalmente a nuestros nativos, ya por esos años publicaba que donaba “quinientos soles a la Junta Patriótica”. No lo hacía por figureti sino porque nobleza obligaba. Hasta el Comité de Damas de la Junta Patriótica, aquella integrada por señoras de la época que veían que con la pérdida de territorio también perdían sus lociones europeas y sus bocadillos ingleses y con ello la vanidad de eructar como reinas siendo nobles y analfabetas. Hasta esas señoras publicaban el resumen monetario de las rifas que convocaban, de las peticiones que hacían. Todo eso en medio de la algarabía general por el intento fallido de recuperar un territorio que nunca más volvería a la peruanidad.
En junio del 2012 qué tenemos en la prensa loretana. Y no voy a referirme a los errores cibernéticos que hace un centenario no se producían ni en los talleres tipográficos de los diarios de la época. Sería dispararse a los pies, que no es el caso, ¿me entienden? Hoy se tiene que leer tapándose la nariz las expresiones débiles de acusaciones mutuas. Se habla de firmas y nadie muestra las rúbricas. Se habla de donaciones y aportes de empresarios y nadie muestra cifras, voucher o lo que sea. Tenemos que asistir al triste espectáculo de que todos se llaman delincuentes como si esa característica fuera el común denominador en una sociedad donde quien no tiene de inga tiene de mandinga como ya lo decía Ricardo Palma en sus nada tradicionales escritos. Y tenemos que soportar a quienes se llaman luchadores sociales hablando improperios contra el sistema que ellos mismos se encargan de mantener porque, además de todo, son expertos en vivir como mantenidos. Y como si todo esto fuera poco convivimos con unos chinos que aparte de desconocer nuestro idioma desconocen nuestra idiosincrasia y por eso no solo destruyen las pistas –que seguramente quedarán reparadas- sino que destruyen nuestra autoestima colectiva. Y, para no ahondar en detalles, asistimos al triste espectáculo de carecer de autoridad municipal y unos mequetrefes de la judicatura quieren cortar el jamón llevándose la mejor parte de nuestros recursos ante la vista y paciencia de unos cuantos que solo les interesa acumular dinero para que los herederos que el destino les mande se encarguen de dilapidar como sucedió con los barones del caucho que acumularon propiedades que después los remataron –en el mejor de los casos- o que se deterioran por el paso del tiempo y porque la maldición de la goma les pega los bolsillos.
Así estamos en este junio del 2012. Que nos coge no solo como si el tiempo se hubiera detenido sino que nos marchita el alma al comprobar que cualquier tiempo pasado fue mejor y no vendrán tiempos mejores porque los hombres y mujeres de este tiempo han perdido siquiera la característica de parecer –aunque no lo sean- honestas y transparentes como se dice presumían las mujeres de los césares.
Felicitaciones, Jaime. Un gran editorial. Éxitos.
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