ESCRIBE; Jaime Vásquez Valcárcel
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A pesar que ya han pasado cuatro décadas muchas personas recuerdan la goleada que propinó el equipo juvenil de Alianza Lima a “Los seis diablos”, equipo de barrio que nació una tarde de charla de los hermanos Vásquez Vásquez en la cuadra diez de la calle Putumayo de Iquitos y que se convirtió en la sensación de los torneos “Pelota de Trapo” que anualmente organiza el Círculo de Periodistas Deportivos del Perú-Filial Iquitos. Fueron más los triunfos que las derrotas, sin duda. Más los títulos que las adversidades. Pero, claro, en todo sentido la humanidad siempre recuerda las goleadas. Más aún en el fútbol. No es gratuito que hasta ahora se actualicen crónicas sobre la goleada del seleccionado nacional ante Argentina en 1978 o ante Polonia en España 82. El problema no es la derrota en sí. Sino la forma cómo uno camina con ella por el mundo.

Por un ejercicio elemental de historia electoral en las últimas semanas he vuelto a ser una especie de reo de nocturnidad –la conexión de internet es uno de los motivos- y escabullirme en los recortes periodísticos y los datos cibernéticos de las elecciones. Ya sea desde 1980, para el caso de la Municipalidad Provincial de Maynas. Ya sea desde 1989, para el caso de Punchana. O, ya sea desde el 2002 para San Juan y Belén.

He disfrutado de una manera solitaria al observar el transfuguismo de la mayoría de políticos locales. He comprendido, más que años anteriores, el comportamiento de los postulantes saltibanquis que migran de un grupo a otro solo con la finalidad de ganar una elección. No se limitan a una jurisdicción. Hay aquellos que se van de un distrito a otro sin ningún tipo de arrepentimiento. Pueden defender ayer al grupo más retrógrado y después despertarse con ánimo de enaltecer a los movimientos más “progresistas”. Rebuscando en esas hojas de vida he pasado de la crítica furibunda –excesiva, es cierto- a la comprensión más ecunémica, si me permiten el término. Porque, vamos, los políticos se comportan de esa forma porque han entendido que los pobladores/electores no están preocupados en lealtades sino en necesidades. Ellos son parte de una población que también está integrada por los ciudadanos que no pensamos en la actividad electoral.

Sin embargo, en ese ajetreo he notado que varios no quieren recordar esos enroques colorines porque desean que pasen al olvido. He tratado de obtener las versiones de varios de ellos y me han paseado cordialmente.

Las derrotas no deben ser eliminadas sino asimiladas. Son varios los políticos locales que luego de perder han salido victoriosos por el esfuerzo propio y colectivo. Los adversarios siempre van a recordar únicamente los fracasos. Están jugando su papel. Pero los que finalmente sienten que han triunfado, deben llevar ese triunfo sin perder de vista la experiencia del fracaso.

Hay personajes y hechos en la historia electoral de Loreto que es bueno contarlas, sin juicios de valor, necesariamente. Al revisar los diarios antiguos y ver las fotos de “Los seis diablos” con el coliseo repleto de espectadores, alentando a esos muchachitos que fueron goleados por los jóvenes de Alianza Lima no he podido prescindir de hacer una similitud con los candidatos que varias veces perdieron y que, finalmente, ganaron. Aunque para ello se cambiaron de camiseta. Total, la vida es un conjunto de vivencias hecha de éxitos y fracasos. En el saldo, el mundo siempre será de los triunfadores, de los que nos sentimos siempre triunfadores y felices con lo que hacemos. Ya sea dándole a la pelota o a los votos.