Lo que añoro es caminar, no como un exigente y disciplinado atleta que tiene claro sus objetivos del día, sino como un tranquilo caminante, a mi aire, que va husmeando, observando y plantando cara a los atascos mentales en que uno pasa muchas veces. En el camino me hago los objetivos, no los planifico. Allí procrastino a mi gusto, me dejo llevar. Repaso lo que puede venirme y miro, en perspectiva, lo que me ha pasado. Para mí caminar una hora por El Retiro es suficiente, me carga las pilas, vuelvo a escribir renovado y con bríos. La conversación con uno mismo es muy recomendable porque contribuye a sanearte para desprenderte de tantas mochilas sin sentido. Estos días por sugerencia de un gran amigo lector, devora los libros, leía “Teoría de viaje” de Michel Onfray que de alguna manera sistematiza, y mucho, la experiencia de viajar que él la vincula, es su propuesta, por una poética de la geografía. El caminar es parte de la experiencia del viaje, recorres una geografía, pergeñas una topografía humana, de la naturaleza. Parte del principio que el mismo camino cada día cambia, no es el mismo que el de ayer. Hay un detalle que casi siempre pasa desapercibido. Así veo a briosos corredores pasar, más mujeres que hombres. Hay personas mayores caminando sobre poniéndose a sus discapacidades. Miríadas de turistas con cámaras de fotos y miradas serias. Los odiosos conductores de los patinetes, odiosos porque apenas respetan a los peatones. Este otoño es grato pasear porque los árboles están mudando de hojas. Es muy colorido. Así en medio de todo ese paisaje escuché una trompeta, quien la hace sonar es un señor cubano muy alegre. Ese señor conversa hasta con los árboles. Nos saludamos, le digo ¿Qué tal? Siempre bien, bien, me responde y enfatiza el bien. Se le nota que no está enfadado. El otro día su trompeta sirvió de fondo musical a unos novios que pasaban por allí. El toca la trompeta y vende sus CD propios. Es todo un personaje. Esa parte de El Retiro sin él se pone triste.

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