Gallinazos de folios (II)

Por Miguel DONAYRE PINEDO

“Nadie sabe para quien trabaja”, aseveraría con un tonillo molesto el finado dueño de los libros al mirar el espectáculo de los  bípedos gallinazos tras las cajas. Él los adquirió con dedicación. Recuerda el nombre de los autores y autoras. El de la tapa dura. El ansiado libro de bolsillo. Puso celo. Hizo esfuerzos para ahorrar y comprarse. El día previo no podía dormir. No se decidía entre los libros que compraría. Tenía en la cabeza tres y dinero solo para uno. Se levantó muy temprano a caminar por la casa. No lo tenía muy claro. ¿Sería de Literatura – no best Sellers que los odiaba, de Filosofía, Historia, Derechos, Política? Maldecía. Se puso tenso esa madrugaba. No conciliaba el sueño porqué se le aparecían el nombre de los autores y, nada. Bloqueado. Deliberó sesudamente entre uno y otro libro y se decidió. No fue fácil. Cariñosamente recibía la puya matutina de la guapa Julia de ojos azules, que le decía ¿otra vez el insomnio del libro? Balbuceando le dijo que sí y tomó rápidamente el jugo de naranja. Apenas mordisqueó una tostada y besó la taza de café. Se le había cerrado el estómago. Ese día no se bañó. Miraba el reloj, que sean las diez y a esa hora se piró como un poseso a la librería. En la estantería le volvió otra vez la duda. No puede ser, mierda. Y con las emociones encontradas se decidió por una novela. Y todo esto para qué, rezongaba. Para nada al mirar que unas sarmentosas manos se disputaban por sus libros viejos en la cuesta de Moyano.