ESCRIBE: Patrick Pareja Flores
Existen libros que llegan a nuestras manos de casualidad y no sabes que los tienes desde hace mucho tiempo hasta que alguien menciona su importancia o su calidad, o su relevancia y trascendencia. Y hay libros que deseas tenerlos o los tenías, y que escuchas o sabes que son necesarios y esenciales, pero son difíciles de conseguirlos. Algunos por el precio y, otros, por la falta de reimpresiones o ediciones nuevas.
Lo último es el caso de Ese maldito viento, de Germán Lequerica. Del libro se vocea su relevancia, se recuerda con entusiasmo su narrativa (y poesía), pero es casi imposible hallar un ejemplar.
Y me costó, demoré en encontrarlo. De pequeño lo tuve, se podía verlo libre y apilado en algunas librerías (casi todas desaparecidas), a precio de un tarro de leche. Pero hoy es otra la nota. Hoy me dispuse a darle la oportunidad que muchos ya le dieron, me contagió el entusiasmo de lo que podría descubrir en sus páginas.
En Ese maldito viento (2da edición, 1997), habitan seis cuentos. No todos indispensables, como se sostiene en algunas charlas. Sin embargo, la capacidad de narrar y convencer al lector es aceptable. Consigue quebrar eso que se busca en la literatura amazónica peruana: ir en contra de lo clásico, la que insiste en escribir sobre mitos y leyendas, sobre el paisajismo y la magia, la que redacta una y otra vez las historias relatadas por nuestros abuelos. Pese a que algunos de los cuentos manejan el tema en cuestión.
Lequerica construye sus cuentos con la intensidad de un forajido. De los que destacan nítidamente, y a modo de rebelión, tres de ellos:
«El monstruo» (p.13), una propuesta que interfiere con el pensamiento fugaz de que el enemigo, el rencoroso, el maltratador, debe pagar los delitos (lo que se hace aquí en la tierra, se paga). Una propuesta que te hace elevar algunas interrogantes: ¿quién es el monstruo en realidad? ¿El que comete las atrocidades y es aborrecido? ¿O el que planifica una venganza y no da oportunidad a la redención? ¿Es posible que todos carguemos algo de maldad en el corazón? ¿La rencilla o la rabia pueden generar una monstruosidad? Si se acercan al libro, podrán sacar sus propias conclusiones.
«Gregorio» (p. 21), en mi opinión, es el más logrado del conjunto. El narrador en primera persona, monologa y nos plantea sus cuestionamientos, nos hace partícipe de sus vivencias, su privacidad, sus luchas, desde el arranque: «Hace mucho tiempo que vivo en esta casa, desde aquella tarde, según he oído decir cientos de veces, en que doña Prudencia, recién casada, me encontró extraviado en un parque. No recuerdo nada de eso porque entonces era un pequeñín. ¿Quiénes serían mis padres?». Desde ese instante, uno cree en la ternura del personaje, en sus desencuentros, en sus tristezas, hasta cabe la incertidumbre si es que el narrador está en sus cabales, si pertenece a este mundo, si es una persona corriente o un pervertido. Y lo logra, te conduce por el erotismo solapado, por la sátira, por el ingenio del discurso, cuando cree que está enamorado y se convierte en un fisgón (p. 24): «Se revisa minuciosamente el cuerpo, en especial los pechos donde algunas veces se ven huellas de labios como ronchas encarnadas que al día siguiente se tornan moradas o negras. Otras veces apaga la luz y no sé qué cosas hace en la oscuridad. Una vez me dio miedo porque se puso a jadear y a gemir como si estuviera presa de una convulsión o algo por el estilo». Es divertido leerlo, y el final deslumbra, inquieta, sacude. Es inesperado.
Y, finalmente, por supuesto, el cuento que da nombre al título: «Ese maldito viento», que derriba y confronta lo tradicional con lo utópico, lo real con lo irreal, las verdades con las creencias. Usa el sentimentalismo y la falta de afecto para construir una historia que demanda la búsqueda del amor propio y la del otro amor, el verdadero. Y usa el recurso de la fatalidad, de ese maldito viento que en el fondo el personaje quiere que llegue, para hilvanar un relato que se cuenta a dos voces, a dos manos, a dos gritos que terminan confluyendo a gusto del espectador en las páginas finales.
Pese a ello, a mi aprecio por los tres cuentos mencionados, vale recalcar que todos, los seis, están dotados de frescura, de un lenguaje ligero y coloquial, y sobre todo de entusiasmo, de la picardía y la ironía, que hacen de la lectura, una lectura placentera.
Y es preciso incidir en aquello, la ironía brilla, tiene sus arranques, destaca, hasta podría decir que se desenvuelve con naturalidad, con propiedad y por necesidad. Porque es preciso y justo que las historias lo requieran, que los personajes lo vivan, lo digan, lo sufran. Lequerica demuestra que la ironía reside en la sociedad, una sociedad que siempre anda de parranda, que se preocupa por sobrevivir, por luchar, por enfrentar la adversidad con la picardía y los ánimos exaltados. Esa es la vanidad de los cuentos de Ese maldito viento, te roban la risa, te sacude el ánimo, te pone de buen humor.
En suma, Ese maldito viento, cumple con el requisito que tanto se vino comentando en la escena local todos estos años. Es un libro que destaca, y no solo en la capacidad narrativa sino, también, en el empleo de técnicas que otros autores nacionales lo venían usando hace mucho, pero que Lequerica supo sobrellevar.
Además, hay que destacar otro punto: la brevedad. El libro apenas tiene sesenta páginas. Y se puede degustar en una sola sentada o en pedazos, y leerlo no demanda mucho tiempo. Aunque, como ya lo mencioné al inicio, habría que emprender la búsqueda de algún ejemplar o esperar una edición mejor elaborada y cuidada. Entonces, si te animas, manos a la obra.