De acuerdo con las predicciones [profecías] del tiempo las navidades serían pasadas por agua y de hecho que lo fue. Cayó tanta agua que parecíamos ranas en el estanque. Pero para muchos urbanitas la lluvia molesta a mí me pareció la mar de oportuna porqué así limpiaba el aire de Madrid, alejaba a la temible boina que cubre la ciudad como consecuencia de la contaminación atmosférica. Pero así con los vaticinios sobre las espaldas  y todo salimos de casa con paraguas en mano y un chubasquero. Las calles parecían otras porque estaban limpias del bullicio que trae estas fiestas, te topas con carritos de niños y niñas que sus padres con cara de palo impunemente te atropellan sin mostrar un ápice de disculpa ni civismo (son una bestias), se sienten con derecho a todo estos tontos. En estas romerías por la ciudad hay una esquina en la cual me detengo siempre y es para mirar sin cansancio a un árbol cuyas ramas desnudas apuntan al cielo, parecen los cabellos de Didi Valderrama que son peinados con tenedor (voy con mi cámara fotográfica y disparo un clic). Esas ramas desarropadas miran como salvación al cielo gris o azul. Es todo un espectáculo sin parangón para mí la miro y remiro y no me canso), parecen manos sarmientas queriendo rasgar algo. Los árboles así desvestidos se humanizan, es como ver la radiografía de tu cuerpo. He intentado encontrar varias respuestas a mi deslumbramiento por un árbol sin hojas en el invierno. Una de las posibles respuestas es que en la floresta amazónica es muy difícil encontrar un árbol desabrigado de hojas casi todos están con el traje verde que no lo abandonan los 365 días del año. He pasado emocionalmente de la abundancia a la austeridad suprema, sin hojas. Además en este recorrido de posibles respuestas, los árboles así muestran su mayor indefensión, son vulnerables y, entonces, siento que se duelen y remueven como los humanos.

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