Entonces todo empezó por los años de 1839 entre Francia e Inglaterra, y el mundo por fin pudo ver su imagen tal como era, sin alteraciones, ni fraguas del rostro del corazón humano; la imagen de la verdadera alma de la humanidad, y todo se empezó a fotografiar. La fotografía nos comunica mediante su código visual qué debemos mirar y qué no para que de allí poder encontrar el sentido que guíe la razón humana y hacia dónde dirigirse. La imagen fotográfica en su esplendor busca llegar hasta el observador con una imagen viva de lo que es el suceso paralizado en un momento tomando así un rostro nuevo. En su gramática visual, la ética fotográfica se impregna como una forma de hacernos ver nuestra inhumanidad o nuestro lado más amable o perverso. Coleccionar fotografías es coleccionar el mundo, y es que el tiempo paralizado en una fotografía es un misterio que refleja la conciencia o el lado oscuro del alma de quien la impregna mediante el aparato fotográfico. Y este oficio se empezó a valer de un sentido más intelectual para representar en la modernidad un pasado poco conocido, haciendo que la foto le dé una dirección para su entendimiento; un tiempo pasado indescifrable en los código intelectuales pero más claro en una sola imagen gracias a la foto. “Las fotografías, que almacenan el mundo, parecen incitar el almacenamiento. Se adhieren en álbunes, se enmarcan y se ponen sobre mesas, se clavan en paredes, se proyectan como diapositivas. Los diarios y revistas las destacan; los policías las catalogan; los museos las exhiben; las editoriales las compilan”, nos  recuerda Susan Sotang, por la cual el mundo moderno que se ha fotografiado para entenderse y representarse mejor y hacer de este arte la mejor forma de comunicarse con su presente y con sus futuras generaciones es considerado el arte de la modernidad.  Y es que en su más profundo concepto, las fotografías procuran pruebas, cuando se escucha algún mito urbano o del pasado de la cual solo oímos, pero que la fotografía lo demuestra en la paralización de ese momento que deja de ser mito y se convierte en una verdad.

En otras palabras, la fotografía justifica, y es en 1871 que el primer país que utilizó la fotografía como un medio justiciero fue Francia y ayudó a las sociedades modernas para utilizar a la fotografía como algo que nos pueda demostrar la prueba de que sucedió algo determinado y así justificar su uso social y de mucha importancia, no solo para la justicia moderna sino para el mismo arte. Pero en la actualidad esta actividad fotográfica se convierte en una práctica de masas llegando a ser todo un rito social, una protección contra la ansiedad y un instrumento de poder.

Entre los meses de agosto y octubre del año de 1912 en nuestra Amazonía Peruana, Julio C. Arana incomodado por unas fotos publicada en la revista Variedades que lo culpaban de atrocidades hacia indígenas en la extracción de caucho, la misma que había sonado mucho en el país y en el resto del mundo, por la cual en rescatamiento de su buena imagen para con el mundo, y demostrar todo lo contario a las acusaciones de genocida en el Putumayo,  invitó a los señores Carlos Rey de Castro, cónsul del Perú en Amazonas y Pará; E.J. Fuller, cónsul de los Estados Unidos del Norte en Iquitos; y don Jorge B. Micheel, cónsul de su Majestad Británica en Iquitos, a realizar un viaje por el río Putumayo y sus afluentes y así de esta manera demostrar con hechos todo lo contrario a las acusaciones. Durante el paseo los acompañó Silvino Santo, fotógrafo de Arana para que registre todo los lugares visitado, la armonía y paz maquillada que Arana había preparado y que no lo viesen como un asesino tras la relaciones maquilladas con sus obreros; la realidad fraguada y engañosa fue lo que registró en su cámara Silvino Santo y que después de más de cien años de esas tomas se puedan conocer en su totalidad aquellas fotos que un momento pretendieron engañar al mundo de dicho horror y de callar aquellas voces inocentes de indios amazónicos que lo único que pedían era justicia. Fue una lucha con denuncias justificadas en imágenes fotográficas que eran los mejores testimonios, función demostrativa de aquellas imágenes que se convertían en un atestado dentro de un código visual, claro y útil para entender una verdad. Una verdad que buscó defenderse con fotografías pero registrando una realidad fraguada que lo único que hizo es demostrar su desesperación y su permanencia en el poder que le daba el negocio del caucho con derramamiento de sangre indígena y que gracias a la fotografía se registró todo eso.

 Por: Gerald  Rodríguez. N