ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel
Hace varios años cuando interpelé a un político sobre porqué se tenía que engañar en una campaña electoral me dijo con una sinceridad infrecuente en los de su especie, claro no en público, que un proceso donde se elegirá una autoridad es como el enamoramiento. Esa respuesta me hizo recordar el director del diario Peru21 cuando en su columna habitual aseguró que “una elección presidencial es como un enamoramiento; el pretendiente y el electorado tienen que cortejarse hasta que, eventualmente, este último es seducido, conquistado o, al menos, convencido de que, en este caso, el ‘matrimonio’ es lo adecuado.
Por ello, para poder llegar a ser elegido mandatario, un candidato tiene que lograr ganarse totalmente la confianza del ciudadano, para lo cual usualmente se requiere de una prueba de amor”. No comparto totalmente esta apreciación. Pero cada vez me convenzo que debe existir una relación sentimental entre quien nos pide el voto y quienes se lo damos.
Quienes tenemos cierta experiencia en enamoramientos –que me imagino son la mayoría de electores- sabemos que para que la pasión se mantenga se debe recurrir a lo que damos en llamar mentiras piadosas que no son otras que tremendas infidelidades. Estamos hablando de la etapa del enamoramiento. Y todo buen político tiene como objetivo principal lograr que el electorado se mantenga la mayor cantidad de tiempo enamorado de sus propuestas.
Quizás una de las frases más sinceras sobre la relación de enamoramiento político la haya dado hace algún tiempo el no reelegido congresista loretana Augusto Vargas cuando dijo que “una cosa son las propuestas de campaña y otras las decisiones gubernamentales” cuando se le preguntó sobre las promesas hacia los loretanos que nos hizo Alan García Pérez en la campaña. Nos engañó. Pero temo que a todos nos gusta ese engaño. Porque, no está demás decirlo, Alan es un buen político porque es un buen enamorador. Y ya sabemos que para andar por el mundo enamorando a otros/as hay que apelar frecuentemente a la mentira. Si los políticos y enamorados tienen como recurso recurrente a la mentira entenderemos mejor la similitud de ambos.
Por eso tanto Humala como Keiko por estos días se empeñan en convencer a los electores de la bondad de sus propuestas. La última ha llegado a decir que “juro por Dios que no indultaré a mi padre”. Pregunto: ¿Acaso cada uno de nosotros no hemos recurrido o sido víctimas de mentiras para tratar de convencer de algo que ni nosotros estamos seguros?. ¿Está mal que un político recurra a la mentira para llegar al poder? ¿Acaso no sabemos que salvo el poder todo es ilusión? Los dos candidatos están en la etapa de enamoramiento y ya cuando lleguen al matrimonio será otro cantar porque lo primero que harán cuando lleguen a Palacio de Gobierno –como lo hacen los novios en la luna de miel- sacarse el velo y la vestimenta para desnudarse y mostrar sus defectos de seres humanos.
Viéndolo así, pues prefiero quedar solterona y vestir santos que atracar a uno de estos dos por demás infieles, deseleales y traicioneros que aunque se vistan de corderos estoy segura que todos se pueden dar cuenta que son unos lobos.
Dudo mucho que el congresista Augusto Vargas haya querido decir que Alan nos engañó si es que emitió la afirmación que usted cita. Lo que seguramente trató de explicar es que una cosa es lo que sería ideal hacer en un gobierno y otra la dura realidad que a veces lleva a que el gobernante tenga que adecuarse a ella variando su propuesta inicial para evitar una catátrofe y asegurar la estabilidad. Es lo que ha ocurrido con el gobierno de Alan García, que por las circunstancias de este mundo globalizado ha optado por adaptarse al modelo económico imperante para que no pasemos a ser parias internacionales como Cuba o Corea del Norte y como sería la Venezuela de Chávez si no fuera por las ingentes cantidades de petróleo que posee y que es con lo que mantiene tranquilitos tanto a los demás países del orbe, incluyendo a su odiado EEUU, como a su población, a la que la inflación galopante y la criminalidad, que son lás más altas en América Latina, son endulzadas con las dádivas que les da Chávez mientras el país se hunde en el abismo de la dictadura, el desempleo y la retirada de las inversiones. Eso, claro, a Chávez no le importa pues mientras tanto él y su familia siguen depositando miles de mill0nes de dólares en Suiza y otros lugares y dándose la gran vida. Desde esa perspectiva llamar engaño a la «realpolitik» del segundo y exitoso gobierno de Alan García es por lo menos un error de interpretación que el tiempo lo confirmará.
Los comentarios están cerrados.