ESCRIBE: Jaime A. Vásquez Valcárcel

En Iquitos, como en la mayoría de ciudades del país, los empresarios están preocupados ante la posibilidad que el profesor Pedro Castillo llegue a la Presidencia de la República. En estos tiempos de redes sociales, esos empresarios ni siquiera son capaces de salir del clóset y hasta temen manifestarse a favor de la candidata que consideran el mal menor. Quieren cubrir ese vacío de la manera más absurda. De la manera que en otras oportunidades ya han perdido. Claro, ya se sabe que ellos no pierden porque el mismo día en que dicen perder están buscando al ganador.

Como son pocos los que se atreven a dar la batalla por sus intereses empresariales lo que hacen es convertirse en aportantes con todos los riesgos que ello trae. Aportan en alquiler de camionetas y, ahora creen que es la novedad, para solventar la prestación de servicios de “peque-peques” en el río Itaya para que de esta forma muestren a su candidata como popular.

Los empresarios, con excepciones que no alcanza los dedos de una mano para contarlos, han renunciado a defender sus intereses. Antes, por lo menos, daban rienda suelta al ego que les proporciona la riqueza acumulada, convirtiéndose en presidentes de la entidad que los agrupa. Eso se terminó cuando a uno de ellos, borracho de billetes, se le ocurrió que quien represente a los empresarios sea uno que ha nacido para empleado. Y ahí se terminó la posibilidad de una defensa frontal. En esos tiempos por lo menos daban la cara y se unían -como sucedió en la lucha por el canon petrolero- a las causas populares y se ponían al frente de las movilizaciones. Ahora ni eso hacen. Hace poco, aunque por breve período, Tato Barcia emprendió una defensa del gremio con ataques al sector político que se sirve de ellos y al sector sindical que los tiene como piñatas (es decir, los golpea pero ya en el suelo se matan por coger lo que tienen dentro) y ni siquiera recibió el respaldo de sus pares. Perdió en el intento. Como consecuencia de esa falla, que ya lleva más de tres décadas, sus herederos no atinan ni siquiera a salir de su zona de confort. Tan mal anda esa representación empresarial que, muchas veces, tienen que ser los profesionales de los colegios, los que den la cara por ellos.

Son unos que se creen superiores. Aunque en el fondo esconden un complejo de inferioridad inversamente proporcional a los montos de dinero que han heredado y/o acumulado. Hay quienes han surgido como empresarios en las últimas décadas con sus méritos propios. Son la excepción y no la regla. Mientras sus contrarios arman la bulla, ellos están preocupados en solventar caravanas como si eso fuera el fin. Deberían mostrarse como lo que dicen ser y en muchos casos lo son: exitosos. No alquilar sachavoceros que, además, los defienden mal.