El controvertido riojano y genocida cauchero Julio C. Arana del Águila, no se andaba con la demagogia de actual gobernador, quien hace 6 meses anunció que se ejecutarán 29 obras con los fondos del Fideicomiso, y hasta ahora nada de nada. El citado cauchero que vivía en ese entonces en el barrio de “Chelsea” en la ciudad de Londres. Le gustó el ferrocarril urbano que circulaba por esa ciudad y fue directamente a la fábrica de la empresa “George Forrester & Co.” (Ubicada en Liverpool), y compró e importó desde Inglaterra una “Verdadera Locomotora” tipo “Vauxhall”, impulsada con leña, que contaba con dos cilindros exteriores accesibles colocados horizontalmente en el extremo delantero y portaba una chimenea cónica contrachispa, tal como se aprecia en el monumento donde se exhibe esta reliquia en la plaza 28 de Julio de nuestra ciudad.

Corría el año 1905 cuando se instalaba el alumbrado público y funcionó el  primer y único “ferrocarril urbano”, servicios que llegaron a Iquitos antes que a varias ciudades peruanas y europeas. Ya un año antes, se empezaron a ejecutar los trabajos en la ciudad del tendido de los rieles y los durmientes por donde iba a pasar este ferrocarril que se adueñó de la imaginación de los iquiteños, y fue el único en la selva Peruana, si bien es cierto tenía una vía angosta de 60 cm de trocha y que inicialmente contaba con 3.5 km de extensión; para su época este tranvía era todo un portento de modernidad, ya que jalaba coches de plataforma o encajonados para transportar desde la aduana hasta los almacenes de las casas comerciales, los bultos de mercadería de importación y viceversa de los almacenes de comercio al muelle de la carga Fiscal; También eran utilizados los días domingos y feriados durante las noches para paseo del público que pagaba 20 centavos (días de semana), y 50 centavos (Domingos y feriados), lógicamente que estos últimos tenían un recorrido mayor; lo regular consistía en que el tren partía de la plaza de Armas por el malecón hasta la calle Omaguas (hoy San Martín) y regresaba por la calle Próspero a su punto de partida; inclusive servía en ocasiones especiales para conducir los cadáveres al cementerio general (frente a la plaza 28 de julio).

Hay fotos de poca difusión (casi inéditas), que se pude encontrar sobre el tren de Iquitos, estas muestran algunos rasgos vivenciales de la sociedad de aquella época, se comenta de haber sido siempre elemento del solaz y esparcimiento de los habitantes de la «Isla Bonita», este tren es un buen referente de la historia iquiteña, de su transición de aldea a ciudad. La importancia del Ferrocarril Urbano en la ciudad de Iquitos, es innegable; ya que fue un activo actor en la producción del espacio y dispositivo facilitador de movilidad entre los años 1905 y 1939. Así como guarda estrecha relación las fases de expansión del trazado de este medio de transporte, con el crecimiento de la ciudad. Prueba de ello, es su paulatina ramificación de trayectos hasta la periferia del área de Moronacocha; así como los principales conflictos que la empresa administradora del servicio mantuvo con la Municipalidad y con los usuarios. Lo cierto es que “el tren” incidió tempranamente en la configuración de la ciudad al establecer rutas de circulación que conectaban puntos neurálgicos con terrenos más distantes y desvalorizados por la falta de servicios. Este momento representó la primera experiencia de avanzada de un medio de transporte colectivo en Iquitos.

Solamente tuvo una vigencia de 30 años. Sobre este ferrocarril viajaban elegantemente vestidos los que más tenían y también los que menos poseían, pero casi siempre vestidos con la elegancia de la costumbre muy ceñida a la de los europeos, con sombreros de sarita, bastones, los hombres vestidos de ropa clara, algunos con finos calzados y otros a pie desnudo; amplios sombreros femeninos, vestidos extendidos y con encajes finos, hábitos irrepetidos pero que encantadoramente forman parte de nuestro pasado. Definitivamente la época del tren es uno de los instantes más interesantes de nuestra ciudad, en la medida que quedó en la memoria popular del pueblo más allá de su desaparición; y se incorporó a la vida de generaciones sucesivas, en la fotografía que acompañan este artículo se observa al ferrocarril en la plaza de armas y detrás a la casa comercial «Pinasco & CÍA» y la «Casa de Fierro», pero en la imaginación de los hombres circula un tren agrandado por la nostalgia y convertido en leyenda por el paso de los años, y que hoy se puede observar la vieja locomotora como monumento en la plaza 28 de Julio.

Quiero terminar este artículo, haciendo mención que; a pesar de haber transcurrido más de cien años, no ha quedado atrás el dolor y la muerte ocasionada por el propietario de este “Ferrocarril Urbano”; el etnocida Julio C. Arana; en la población indígena de la zona del Putumayo, para quienes no lo sepan, este singular personaje fue un genocida responsable de los asesinatos a indígenas en el Putumayo, quienes eran esclavos de la Casa Arana y a los cuales se los sometía a torturas, flagelaciones y castigos que incluían la muerte. Los abusos de la cauchería fueron documentados en su momento por el cónsul británico en Manaos, Roger Casement, el protagonista de la novela de Mario Vargas Llosa «El sueño del celta». Sin duda la llegada de los inmigrantes Europeos inició un ciclo de transformaciones para los indígenas Amazónicos. La explotación del caucho ha dejado huellas profundas en las sociedades que eran sometidas a trabajos forzados por los Caucheros. Hubo una drástica caída demográfica de la población indígena, sobre todo en la región del Putumayo. Lamentablemente esta parte de nuestra historia es una mancha negra en nuestros anales, donde a finales del siglo XIX habían alrededor de 50 mil personas pertenecientes a los pueblos Huitoto, Bora, Ocaina, Resígaro y Andoque, entre los principales; y hacia la primera década del siglo XX, esa población no llegaba ni a 10 mil almas. Cuando el controvertido Julio C. Arana, y su empresa «La Peruvian Amazon Company», aún no terminaban de asimilar el impacto de la caída de precios del producto en el que había basado su prosperidad. 

Es increíble cómo una calle céntrica de nuestra ciudad llegó a tener el nombre de este “personaje siniestro”, felizmente hicieron al cambiarle de nombre en la década del ‘80; y actualmente se llama calle Nauta. Lo que ocurría es que no todos consideraban a Arana un genocida y hay quienes creían equivocadamente que este cauchero era un patriota. Esto debido al conflicto con Colombia por la disputa de las regiones comprendida entre el Putumayo y el Caquetá, donde operaba la empresa “sociedad J.C. Arana y Hnos”; en caso de que un fallo arbitral favoreciese los intereses de Colombia, los hermanos “Arana” hubieran perdido su derecho de explotar caucho en esa zona. Por eso muy hábilmente trasladaron la sede de su empresa a Londres, e inclusive la cambiaron el nombre a “Peruvian Amazon Company”, para poder contar con apoyo y protección del Gobierno Inglés ante cualquier reclamo contra Colombia y así de dejar a salvo sus intereses, independientemente de la decisión arbitral sobre el territorio en disputa. Finalmente esta estrategia de cambio de residencia, le terminó jugando en contra a Julio C. Arana; ya que tuvo que “rendir cuentas” ante la “Cámara de los Comunes” en Londres, donde se había creado una comisión especial para investigar los crímenes del Putumayo.