Percy Vílchez Vela

En uno de los suburbios de Iquitos, en una modesta casa alquilada, el nuevo presidente del Perú abrió su oficina de atención al público. Era el momento del inicio de sus altas funciones y había escogido esa ciudad porque era el emblema del descuido y el abandono. Luego de atender a los primeros visitantes que querían puestos de trabajo,  se vistió con un buzo deportivo y, con su maletín a cuestas, se fue a una de las canchas que había en la urbe. Allí, rodeado de una muchedumbre que le idolatraba,  enseñó a patear penales a diferentes voluntarios. Después se fue almorzar en un puesto precario, invitando a muchas personas que encontraba a su paso. El nuevo presidente comió con verdadero apetito hablando de fútbol, de los mundiales que se venían y de las posibilidad de no escapar un nuevo penal.

El penal fallado ante Dinamarca era una tragedia que Ricardo Gareca arrastraba desde antes de decidir postular a la presidencia de la república peruana.  Todavía no se olvidaba del disparo de Cueva que se fue hacia las nubes cuando alguien, en son de broma, le dijo que postulara al sillón de Pizarro debido a que las cosas estaban maduras debido a la aceptación de la gente, al bien ganado prestigio que tenía y a los muchos votos que iba a obtener. Ricardo Gareca lo pensó varios meses y luego obtuvo la nacionalidad peruana y de improviso dijo que renunciaba a la selección blanquirroja porque quería ser presidente del Perú. La campaña fue fulminante, no hubo discursos encendidos, lo único que hacía Ricardo Gareca era enseñar a patear penales. Era su obsesión no volver a fallar y fue así como la política se volvió una cancha de fútbol.

El Día de la votación Ricardo Gareca obtuvo el 100 por ciento de los votos válidos. No tuvo tiempo para discursos, ceremonias y otras plantas y se dedicó a patear penales con diferentes arqueros previamente contratados. Su gestión fue exitosa y se basó en patear penales para que en otra ocasión los peloteros o los simples aficionados no pateen hacia las nubes como le ocurrió al infortunado Cueva que un buen día, sin previo aviso,  fue deportado del país sin derecho al retorno.