Escribe Róger Rumrrill desde EE.UU

          La rica y asombrosa mitología griega describe a Midas, rey de Frigia, como un emperador de insaciable sed por las riquezas materiales. Con una ambición y angurria ilimitadas, le pide al dios Dionisio que le otorgue el don fabuloso de que todo lo que  sus manos toquen se convierta en oro. El dios le concede el don.

         Midas llena entonces su palacio y su reino de oro. Pero también el pan que llevaba a su boca en su gran mesa palaciega, el agua con el que intentaba saciar su sed y las carnes y frutas y los objetos más queridos se transformaban en oro. Midas, al borde de la desesperación, el hambre y la muerte le implora a Dionisio que le quite el maldito don y privilegio y le devuelva  su condición humana.

      El coronavirus, COVID-19, que es un  microbio en forma de corona, les ha dado el don de convertir en oro todo lo que tocan a los reyes y propietarios de las  corporaciones que venden papel higiénico, agua y alimentos y todo lo que  necesitan las familias  para cubrir sus necesidades más vitales. Por eso Walmart, Costco y todas las grandes tiendas y almacenes en todo el mundo están vacíos porque la demanda de la población ante el riesgo de quedarse sin alimentos, sin papel higiénico y sin agua los ha llevado a acumular abastecimientos para uno, dos o más meses. El COVID-19 ha convertido en oro todo lo que tocan los reyes de las corporaciones y multinacionales que controlan y concentran la riqueza mundial y también el poder político.

              El coronavirus también les ha dado el don de convertir en oro a los reyes de las multinacionales y corporaciones petroleras, auríferas, cupríferas, gasíferas, forestales, agroindustriales, que han convertido en oro todos los bienes de la naturaleza, los bosques, las tierras, el petróleo, el zinc, la plata y el agua.

          Incluso el coronanvirus les dará el don de convertir en oro a los reyes de las multinacionales farmacéuticas que fabrican medicamentos y que producirán finalmente la vacuna contra la pandemia.

       Pero un día de estos, que ya es el presente, los que han convertido en oro el agua, la biodiversidad y otros bienes de la naturaleza, tendrán sed y hambre y no podrán comer ni tomar el oro, para saciar su hambre y sed. ¿Podrá el dios Dionisio devolverles su condición humana?

         Un virus pone a prueba a la humanidad

      Los geopolíticos y gurús de la sociedad del siglo XXI están especulando, analizando y señalando que pocas veces en la historia  un virus ha sido capaz de poner a prueba a la humanidad. Es cierto que las guerras han provocado  verdaderos sismos sociales, políticos, económicos y culturales en los pueblos y naciones del mundo. También el desarrollo de la tecnología ha generado poderosas inflexiones en la sociedad humana, sobre todo en el siglo XXI con la inteligencia artificial y la revolución 5.0.

         Nunca más la humanidad será la misma luego de esta pandemia generada por un virus, afirman los analistas. El virus ha puesto a prueba a la humanidad y ha desnudado la fragilidad de este castillo de arena civilizatorio. Empezando por el modelo económico capitalista, concentrador y privatizador. El modelo que es una fábrica de pobres y una máquina trituradora de la Madre Naturaleza y sus bienes. Un modelo privatizador de la salud que ha sido y sigue siendo incapaz de atender las demandas y las urgencias dramáticas de esta hora.

     Pero es en la cultura, en los hábitos y costumbres de una sociedad de cultiva como un mantra el individualismo, que rinde culto al fetichismo de la mercancía, que está capturado y esclavizado por el consumismo y el materialismo donde se producirán los más profundos cambios y transformaciones.Pero   también en la economía, la política y geopolítica.

     Se ha calculado que el caos económico que está provocando la pandemia  hará caer en 2 por ciento el Producto Bruto Interno (PBI) mundial, aunque el Fondo Monetario Internacional (FMI) había calculado para el año 2020 un crecimiento de solo el 2.5 por ciento.

     Pero es posible que estas cifras queden solo en el papel teniendo en cuenta el devastador impacto de la pandemia en la economía global. Sobre todo la depresión del sistema capitalista con más de una  década  en  recesión de la producción, del crecimiento sin pausa de las deudas corporativas y de los ciudadanos y las consecuencias de la guerra comercial entre las dos potencias del siglo XXI: EE.UU y China.

      Las cifras al respecto no dejan lugar a dudas: el crecimiento de EE.UU en el último trimestre del 2019 fue de solo 2.1 por ciento, mientras Canadá apenas llegó al 1.7 por ciento; Japón, 1.5 por ciento, el Reino Unido el 1 por ciento y la Unión Europea solo rozó el 1.2 por ciento. China e India, dos potencias del Asia, de acuerdo al FMI tendrían en el año 2020 el peor crecimiento de los últimos 30 años.

     Las tendencias en curso, que apuntan las Casandras del siglo XXI son, además, la  desglobalización y la reversión del fundamentalismo del mercado y el fin del dogma neoliberal del “juego libre de las fuerzas del mercado que produce crecimiento y desarrollo  económico” que anticipó el Premio Nóbel de Economía, Joseph E. Stiglitz, en su ensayo “El fin del neoliberalismo y el renacimiento de la historia”.

         China ha ganado ya la III Guerra Mundial

  La guerra geopolítica y económica entre China y EE.UU, que es una de las pugnas globales que van a definir el curso de la historia en el siglo XXI, acaba de tener un primer capítulo y epílogo  en el contexto de la pandemia del COVID-19.

       Para algunos analistas, entre ellos Roberto Crobu, China gana la III Guerra Mundial, sin armas y en solo cuatro meses.  Para Crobu, China  ha ganado la guerra contra la pandemia del coronavirus demostrando una superioridad política, social y cultural frente a Europa y EE.UU y todo el llamado Primer Mundo que, para mucho expertos internacionales, ha dejado ya de ser el Primer Mundo porque su sistema social y económico ha demostrado una debilidad, incapacidad e insostenibilidad estructurales.

      Para Crobu, “China le ha ganado al COVID-19 por sus matemáticos y no por sus médicos, por su sistema educativo, no por su sistema sanitario”. De acuerdo al especialista “Si queremos sobrevivir a esto, necesitamos desarrollar modelos más ágiles de toma de decisión, basados en una visión de entidad colectiva en lugar de funcionar como un simple conjunto de individuos y la educación, el liderazgo valiente, y la disciplina colectiva son la clave para la supervivencia.

      China, afirma Crobu, tiene la clave. Porque para la sociedad china el bien común es más importante que el individual; los chinos poseen un pensamiento colectivo y sistémico, piensan como si el colectivo fuera una entidad única, tienen tecnología y educación y han renunciado hace tiempo a “al derecho a la privacidad individual” en beneficio del crecimiento como conjunto. “Por eso supieron aislar el COVID-19 y reducir su agresividad”.

         Crobu coincide con otros sociólogos, antropólogos, gentes vinculadas al arte y científicos en que el  estilo de vida occidental es obsoleto; que nuestros hábitos son nuestros mayores enemigos: fofos, pesados, orgullosos, antocomplacientes y resistentes a cambiar nuestros valores, costumbres y nuestra egolátrica y egocéntrica concepción del mundo.

       Una poderosa inflexión y un parteaguas

  en la sociedad humana: la Madre Naturaleza

                como centralidad

       No tengo ninguna duda de que una de las mayores inflexiones y parteaguas de la sociedad humana en el siglo XXI, puesta a prueba por el COVID-19, será repensar y replantear nuestra relación, visión y concepción eurocéntrica y antropocéntrica de la Madre Naturaleza, desgarrada, saqueada, enferma y agónica.

      Pensar, mirar, sentir e interectuar  y amar a la Madre Naturaleza desde la visión cosmocéntrica, desde el pensamiento, los saberes, las prácticas, las cosmovisiones y cosmologías de los pueblos indígenas andino-amazónicos. Para quienes la naturaleza es la madre y ocupa la centralidad de su vida y su destino.

    Como he señalado en muchas ocasiones. De la salud de la Madre Naturaleza depende la salud del ser humano y de todas las especies vivas.

   En una brillante y lúcida reflexión titulada “Contra las pandemias, la ecología”, la periodista y escritora Sonia Shah, autora del estudio Pandemic: Tracking Contagions, from Cholera to Ebola an Beyond (Sara Crichton Books, Nueva York, 2016), entre otros libros recientes, escribe que desde 1940 han aparecido centenares de microbios patógenos que con frecuencia no son advertidos.

    Un 60 por ciento de esos microbios  son de origen animal en su mayoría silvestres, afirma la experta. “En realidad, la mayor parte de esos microbios conviven con ellos sin hacerles daño. El problema está en la deforestación, la urbanización y la industrialización desenfrenada con las que hemos dotado a esos microbios para llegar hasta el cuerpo humano y adaptarse”, agrega la escritora.

    Luego hace una precisa enumeración y descripción de microbios que la destrucción de su hábitat natural los ha obligado a migrar al cuerpo humano donde se ha mutado y convertido en patógenos.

    Entre estos están los virus del H1N1 del año 2009; la epidemia del polio en el 2014; el virus del Zika, en 2016; y el  virus del Ébola que apareció en África en el año 2018. El virus del ébola fue localizado en varias especies de murciélagos. Los murciélagos, con sus ambientes naturales destruidos por la deforestación, se mudaron a las huertas, granjas y jardines. Allí los humanos ingieren la saliva de los murciélagos depositados en frutas cubiertas de microbios. “Es así como multitud de virus portados por los murciélagos, inofensivos para ellos, consiguen penetrar en la población humana”, agrega la experta.

   “Además-agrega Sonia Shah-es falso que los animales estén  especialmente plagados de agentes patógenos letales preparados para contaminarnos. En realidad, la mayor parte de sus microbios conviven con ellos sin hacerles daño”.

     La solución de fondo para librarnos de estas pandemias mortales, como el COVID-19, afirma la periodista y escritora, es sencilla: “Podemos proteger los hábitats naturales para conseguir que los animales conserven sus microbios en vez de transmitírnoslos”.

     Tan simple y sencilla como esa solución. Sin embargo, como decía Albert Einstein, es más fácil que un planeta cambie de curso que un hombre cambie su manera de pensar, sus hábitos, sus costumbres, sus obsesiones, sus ambiciones, su voraz sed de riqueza.

      Sed insaciable de riqueza que le impulsa a tener  relaciones incestuosas con su Madre Naturaleza y destruirla. El arrasamiento y los incendios de los bosques para la ganadería extensiva; para la instalación de megalatifundios de soya y palma aceitera en la Amazonía; las millones de toneladas de plástico que están provocando la acidificación de los mares y océanos; el envenenamiento de los ríos con desechos urbanos e industriales, mercurio, relaves del narcotráfico; el extractivismo petrolero y gasífero que provoca la destrucción del ambiente y pobreza humana y enriquece a un  puñado de Midas y que están originando el aumento de los virus patógenos y el calentamiento atmosférico y el cambio climático.

         Tenía razón el economista ya fallecido, Kenneth Boulding, que decía que “el que crea que en un mundo finito, el crecimiento  puede ser infinito o es un loco o es una economista”.

       El hombre, afirmaba Maurice Maeterlinck, es la única especie que corta el árbol donde vive.

    Tal vez otra especie, un insignificante microbio patógeno con forma de estrella con corona, el COVID-19, le obligue por temor y pánico al hombre del siglo XXI a no cortar el árbol donde vive. A amar y respetar a su Madre Naturaleza.

              Lake Elsinore, California, EE.UU, 22 de marzo del 2020