El fortalecimiento solo de la corrupción y la progresiva debilidad de las instituciones del Estado, desde los comienzos del presente siglo tras el retorno a la democracia, han sido visibles en el día a día por las generaciones adultas quienes últimamente han dado paso al escepticismo y los hechos criminales de nuestros políticos hoy encarnados en la realidad hacen que la juventud no tenga más que un nulo interés en la política.

Pues,  lamentablemente, casi nada en nuestros días nos da esperanzas en la política. Esa idea se respalda con solo analizar: cómo todos los “líderes” de las ligas mayores aspirantes a la presidencia están involucrados en el recibimiento de coimas por parte de la constructora brasilera Odebrecht, cómo dos hermanos – hijos de un ex dictador –  se pugnan una lucha dinástica por el control total de los recursos del Estado, cómo logra acceder en medio de una crisis entre el Legislativo y el Ejecutivo al sillón presidencial el ing. Martín Vizcarra, quién no tiene en sí un respaldo total de la bancada de PPK y parece mantener insurgencias con su vicepresidenta Mercedes Araos, cómo la izquierda ha mostrado su lado más vil  en la oportunidad de proponer elecciones generales y encontrar un espacio para introducir su ideología radical.

Pero ahora, nuestro mandatario está en la obligación de encontrar una legitimidad en la población peruana, no tanto ensombrecer la irrevocable mala gestión e imagen de su antecesor Pedro Pablo Kuczynski, sino relucir su “as bajo la manga” para extirpar el modo somnoliento de resignación en el que estamos inmersos.

Está es la gran oportunidad y el momento de ventaja para Vizcarra de emocionarnos, no con los discursos tibios ni las aspiraciones primermundistas y asistenciales, con acciones que permitan percibirlo como un Líder en quien confiar. Convertirse, dentro de los simbólicos cien días de gobierno, en un reformador idóneo de concertar con un desacreditado parlamento aquellos proyectos de ley surgidos de minuciosos, objetivos y serios debates para crear un estrecho o en el mejor de los casos un inescapable destino a la corrupción dentro de los partidos políticos e instituciones del Estado, de modificar con uso de conciencia de forma integral la afamada Ley Electoral.

No es un tema de elección para el mandatario desatar una guerra de guerrillas entre el Ejecutivo y el Legislativo. Por el momento y para lo que queda de su gestión necesita el apoyo de gran parte de la ciudadanía que tiene ansias de ver las primeras muestras de una transformación, algo que no se verá en días ni en meses porque demandará de un largo tiempo.

El compromiso está dado por parte del ahora presidente. Una “refundación institucional” es lo que ha ofrecido y claro es lo que se necesita el país para salir de la cloaca delincuencial y la pausa del desarrollo. Mejorar la seguridad, la educación y la salud hace que se priorice un mayor gasto en estas áreas y una reducción presupuestal de las otras.

El trabajo empezó y debe lidiar con las limitaciones heredadas por Kuczynski, en simultáneo, emprender la larga marcha de reforma institucional que se necesita y merece nuestra tierra.