El desdichado candidato Renzo Regiardo llevó su triste caso al sabio tribunal de La  Haya. Sucedió que un buen día decidió renunciar a su candidatura a la presidencia de le república del Perú. Pero el organismo electoral no le dejó abandonar el barco. Esgrimió una serie de razones de peso y quería que continuara en campaña contra su misma voluntad. El señor Regiardo quiso hacerse el muerto para abandonar la campaña y hasta pretendió marcharse al extranjero abandonando su escaño. Pero fue detenido por la policía cuando se escapaba por la frontera y fue y obligado a seguir participando en la contienda política.

El señor Regiardo se sentía mal, hablaba pestes de la política y de los políticos, decía que era mejor dedicarse a otros menesteres,  pero tuvo que auspiciar cócteles y parrilladas para agenciarse de fondos y seguir en la contienda electoral. También tuvo que mandar imprimir volantes, hacer largas caminatas, participar en marchas y mítines, viajar a muchas ciudades y presentarse a debates televisados. Era un infierno el que vivía el señor  Regiardo al sentirse obligado a candidatear, pero no podía renunciar así por así. Tenía que seguir compitiendo sin ganas, sin ánimo y sin la obsesión de ganar.

Hasta que llegó un momento en que no pudo más y decidió presentar su caso al distante y sabio tribunal hayista. El tribunal demoró algunos días en dar su veredicto. En una pomposa ceremonia sus sabios jueces, en un idioma incomprensible,  le dieron la razón al Jurando Nacional de Elecciones que no podía permitir que cualquier candidato se escapara  luego de presentar su candidatura.  Las candidaturas eran irrenunciables desde siempre. De esa manera el señor Renzo Regiardo no tuvo adonde acudir ni a quien apelar y tiene que seguir en  campaña mostrando una abulia, un desánimo y una pereza descomunal.