Todo cambió desde hace más o menos un año, eso digo luego de pergeñar a tientas en la línea del tiempo. La tranquilidad que se respiraba en la burbuja o en isla del Olmo se transformó en cuestión de días en un trasiego de turistas de todas las nacionalidades y de todos los decibeles – estaban en competencia quien gritaba más. Estos inquilinos tienen como principio un deformado concepto de la individualidad: como he alquilado un piso tengo derecho a hacer lo que se sale de la punta del pie o de alguna otra parte del cuerpo. Esa deformación del individualismo que se llama egoísmo mata a los que tienes alrededor. La vecindad aunque precaria se hizo añicos en un pispás. De otro lado, el barrio en general también fue cambiando como paisaje. Los negocios que se abren tienen como objetivos a los nuevos inquilinos. Desde muy temprano hay turistas caminando la cuesta del Olmo enfundados con sus cámaras fotográficas y disparando al cine Doré. Recuerdo que una vez regresamos de un viaje y nos topamos con una manifestación en contra de un desalojo, confieso que no le prestamos suficiente atención a esa señal luminosa, se hablaba de los desalojos por el barrio pero ese disparo sonó muy cerca de la diana y fuimos sordos. Un jubilado y con una enfermedad crónica era desalojado por un propietario de nuevo cuño, esos que invierten en bienes inmuebles y que buscan la rentabilidad en el más corto plazo. En la calle los manifestantes previamente habían repujado carteles y cánticos acompañados con guitarra contra ese inminente desalojo. Salió en los diarios y también en algún noticiero. Nada de nada, el nuevo propietario de corazón de piedra se mantuvo en sus trece. La compasión como emoción no es una virtud pública en estos casos: al jubilado lo desalojaron. Hoy lucen anuncios de venta de pisos/departamentos en ese lugar ¿habrá que hacer algún día una memoria de estos agravios urbanos? La empresa de mudanza nos han dicho que pasan mañana. Alistar maletas.

https://notasdenavegacion.wordpress.com/