Por José Manuyama Ahuite

Hasta febrero 2020, en el Perú, una mujer era asesinada cada dos días por su propia pareja o ex conviviente. Por el caos y el consumo exagerado la basura crece y contamina todos los ecosistemas que da la vida en el planeta. La delincuencia se acrecienta en las ciudades. En este contexto el COVID-19 ha irrumpido en el escenario nacional y mundial. Y, para variar, en estos momentos de aislamiento la violencia familiar y las violaciones sexuales se han incrementado.

En este escenario, cabe preguntarnos ¿qué rol cumple la educación?, o ¿qué rol no está cumpliendo? La educación tal cual está funcionando en su faceta conocida, no es capaz de generar la contracultura transformadora que la sociedad necesita y, contrariamente, funciona perfectamente como soporte de una colectividad inescrupulosa que genera todo tipo de males sociales y biológicos. Para efectos de dominación, es ideal una persona sin conciencia crítica.

En este marco, el sistema educativo nacional tiene que entrar en un proceso de evaluación integral de cómo ha venido funcionando, de qué tiene que cambiar para obtener los resultados sociales deseados como país.

Peor, si a esta realidad se suma una crisis de mayor alcance, como el colapso de todo lo que se llama “mundo civilizado” de donde la educación es solo un subsistema, entonces la preocupación debe ser doble.  No solo las estrategias estarían fuera de foco, sino también los fines. No solo los carriles, sino también el tren. Se cae la sociedad, se cae el sistema educativo. Hablamos entonces de una “educación desplomada” en versión ingenieril criolla.

Por ello me parece contradictorio que el Ministro de Educación, Martín Benavides, en pleno intento colectivo de inclinar la curva de contagios y muertes por coronavirus, plantee una propuesta que en sí misma no está mal, pero que en un marco de urgencia  sanitaria, puede ser contraproducente. Por hoy, salvar la vida de un abuelito, o de miles de abuelitos y personas convalecientes, urge más que saber qué diferencia hay entre un texto y otro.

Si lo pensamos bien, no es acaso el mejor momento de hacer un alto forzado por la realidad para una “reforma integral” del sector educación. De esta aciaga realidad podría surgir esa educación que queremos, parafraseando al proyecto educativo nacional (PEN) hoy olvidado. Una educación de la reconstrucción humana, una educación que nos aleje de esa sociedad pandémica que fabrica todo tipo demencias, como bien retrata en forma dramática la premiada película Joker (2019).

No es momento de correr. No es momento de mirar las horas perdidas de clases. Posiblemente sea una bendición detenernos un poco y ver qué tanto estamos equivocados. Tal vez nos demos cuenta que actuamos como almas de un barco naufragado fungiendo estar vivos. Quizás sea “Cole”, el personaje de la película el Sexto Sentido (1999), quien nos descubra si nos viera: “en ocasiones veo personas muertas” en las escuelas. A lo mejor descubramos qué hacer para resucitar o renacer en otra dinámica de verdadero rescate pedagógico.

No se puede seguir como se viene trabajando en todos los niveles, sean en la sede ministerial, en la regional y en las escuelas, como si no supiéramos que vivimos en permanente crisis, más ahora, con clases suspendidas. O ¿debemos creer que algunas sesiones televisivas son suficientes para detener los grandes males que padecemos?

El sector educación se desenvuelve casi como en el ámbito de la salud, con insuficiente implementación de equipos, de personal, y de políticas globales y regionales. Mientras que en algunos países como Italia, España o Estados Unidos el coronavirus ha sobrepasado el sistema de atención sanitaria, en nuestro país, los dos sectores funcionan en modo colapso permanente. ¿Algún ministro, experto, director, docente, padre o madre se siente aludido?

Acaso, los niveles de logros educativos regionales que alcanzamos no demuestran que ocupamos los últimos lugares. Pero lo más grave no es la poca comprensión de la mayoría de los jóvenes, sino de la poca  capacidad crítica de aquellos que ocupan los rendimientos más altos.

Si el sector de escolares que obtienen buenos logros, no solo en el Perú, tuviera la capacidad para generar un movimiento de cambio social no hubiera un desmadre global. Y es que tanto los “buenos estudiantes” como los “deficientes” son funcionales a un sistema deshumanizado que, a unos sirve para administrar y a otros para cargar con el statu quo, pero no para transformarlo o humanizarlo.

Ya no basta tratar de igualar los saberes hacia arriba, si no de lograr una alfabetización diferente que de vida y soporte a una nueva sociedad y a un nuevo hombre.

La educación de enfoque capitalista ha caducado, tanto en su versión “exitosa” en ciertos países “industrializados”, y como en su versión precaria, en países como Perú. La triste realidad humanitaria habla por sí sola.

No perdamos el horizonte. La prioridad de hoy es contribuir entre todos a que se disminuyan los contagios con la menor cantidad de víctimas posibles. Lo que hagamos en familia tiene mucho que ver con lo que puede venir más adelante como “la otra educación”. Mientras tanto los maestros y los expertos del MINEDU deberían estar viendo cómo desplegar ese gran proceso de cambio.

Muchos expertos dicen que después del coronavirus la vida no volverá a ser la misma, tanto así como que instruir no es lo mismo que educar. Por ello, el desafío colectivo es descubrir qué debe cambiar en el sistema escolar. Que ese despertar integre lo olvidado: nuestras identidades, nuestras potencialidades geográficas y cualidades humanas, el saber heredado de las grandes culturas precedentes. No perdamos la gran oportunidad para dar a luz a esa escuela descentralizada, contextualizada, autónoma, intercultural, igualitaria, solidaria y ecológica que la realidad exige.