Hermes Manuyama, dirigente de Santa Clara: de 7 mil pobladores 10 hablan kukama
Hoy me di cuenta de algo: si el desarrollo sostenible tuviese forma de cuerpo humano, la columna vertebral sería la cultura y la médula espinal sería la creatividad. ¡Imagínate! Ven para contarte (con un cafecito). Hace algunos años, cuando formé parte de la organización del 5to. encuentro nacional de cultura en Iquitos, recuerdo que me la pasaba repitiendo como una lorita: “la cultura como eje transversal para el desarrollo sostenible”. Era mi frase favorita, adrenalínica. Pero recién ahora me doy cuenta de lo abstracta que resulta y, consecuentemente, difícil de plasmar o de identificar en lo cotidiano.
Desnudando la definición de “cultura” de la UNESCO (1982), sus documentos, compendios, la “Convención 2005” y algunos otros artículos, pude constatar la magnitud del espectro cultural, su vínculo con la creatividad, con la toma de conciencia, con la construcción de la identidad y con el desarrollo sostenible. Incluso, habría una relación interdependiente (podría ser también un círculo virtuoso) entre cultura y desarrollo sostenible, ya que la cultura posibilita el desarrollo sostenible (económico, social y ambiental) y a su vez, el desarrollo sostenible posibilita salvaguardar el patrimonio cultural (material e inmaterial) y nutrir la creatividad (UNESCO, 2017). En la tarea de explorar los objetivos de desarrollo sostenible (los 17ODS de la Agenda 2030) me obsesioné un poco con el ODS N° 11 porque exige “redoblar los esfuerzos para proteger y salvaguardar el patrimonio cultural y natural del mundo” en miras de “lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles”.
Entonces, es digna de celebración la posibilidad de abordar la Agenda 2030 desde una perspectiva que integre el eje cultural en su sentido más amplio y con la expectativa de contar con todas las partes interesadas (todos somos agentes culturales); esto gracias a que dicha agenda expresa la relevancia de invertir en el fomento de la diversidad de expresiones culturales. La cultura es, en efecto, omnipresente. Lo tiñe todo, más o menos como el 70% de agua que compone nuestro cuerpo, es inevitable. Como me dijo una vez mi profesor de políticas culturales (Diego De La Cruz, Gestor Cultural): “La expresión <no hay cultura> no es acertada, es mejor preguntar: ¿cultura de qué?». Entonces, en la práctica, la cuestión no es “crear cultura”, sino atravesar el incómodo (y a la vez placentero) proceso de visibilizarla, de ponernos frente al espejo como sociedad para ver nuestros aciertos y desaciertos colectivos, este es el rol del “eje cultural”: el cambio de mentalidad y comportamiento que exige afrontar las diversas problemáticas humanas.
Ojeando algunas noticias recientes pude encontrar un par de muestras de prácticas sostenibles para la cultura amazónica (visibilizan aquellas ideas, valores, creencias, tradiciones con las que nos sentimos identificados y nos venimos construyendo como comunidad) de diversos agentes culturales amazónicos que resaltan la relevancia y necesidad de un mayor involucramiento colectivo. Por ejemplo, el profesor Armando Cuya, director de Proscenium Cultural, afirma que el incremento del público que va al teatro beneficia a la ciudad entera; y, Hermes Manuyama, poblador de Santa Clara, afirma que sólo 10 de 7 mil lugareños hablan kukama, y están transmitiendo sus saberes para lograr la revitalización de la lengua.
Podríamos decir que el eje cultural se viene visibilizando desde el ímpetu que surge de algunos agentes culturales. Para llegar a las mayorías, sería necesario instar a nuestros representantes políticos y a todos los agentes que constituimos la comunidad a trabajar en aras del bienestar cultural con el mismo rigor con el que nos enfocamos en el bienestar económico y social. Esto implica, entre muchas otras cosas, abrirnos a considerar a la creatividad como un factor para el desarrollo económico poniendo en valor la creatividad local (el néctar de la fruta). Con esta idea llegué a la metáfora que me inspiró contarte esta contínua búsqueda.
Aun así, me intriga entender ¿por qué insistimos tanto en enfocarnos en la sobreexplotación de los “limitados recursos escasos no renovables”, siendo acreedores del infinito recurso de la creatividad? Y… ¿Cuánto valoramos la cultura y la creatividad amazónicas?