Monstruo
ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel
Estoy seguro que la vida sería diferente si es que los niños y jóvenes del mundo crecieran escuchando las composiciones e interpretaciones de este señor llamado Raúl Vásquez y que la prensa especializada desde un primer momento llamó el monstruo de la canción porque en oposición a lo que podría intuirse, su monstruosidad se debe a su talento no sólo para hacer las cosas sino hacerlas bien, como pregona San Agustín.
No ha nacido y tememos que nunca nacerá un creador que narre de la manera más simple pero a la vez profunda los avatares de las plañideras que protagonizaban los más llamativos velorios en las ciudades selváticas, incluyendo en ellos a los violines que en verdad necesitan una reivindicación. Esa misma profundidad le ha llevado a mostrarnos musicalmente al pueblo de Requena, donde pasó buena parte de su adolescencia. Sólo bastaba ver jugar al gran capitán para confirmar todo lo que en una canción se dice de Héctor Chumpitaz y no se necesita ser hincha de Alianza Lima para comprobar que aquello de una pelota de trapo está hecho con sentimiento y pasión, dos elementos indesligables del fútbol y también de la música. Y si continuamos pensaremos en que no vamos a contradecir a Dios pero que la palabra preservar no es solamente para que la pronuncien los ecologistas que ayer eran comunistas y mañana talvez serán una vez más oportunistas. Y si nos vamos más allá preguntaremos dónde están los poetas y no los encontraremos porque nosotros mismos los arrinconamos sin percatarnos que si leyéramos una línea de poesía todos los días no sólo seríamos más humanos sino más personas en un mundo donde la personalidad está en crisis.
Varias canciones escritas por el monstruo, aún cuando el término era desconocido, están dedicadas a la ecología, a la preservación del medio ambiente. No hay hembra que todo el tiempo pariendo esté nos emplaza en una canción no muy difundida el monstruo para pedirnos al ritmo de su melodía que no destruyamos nuestra Amazonía y que si cortamos un árbol no es nada difícil sembrar mil. O cuando nos llama la atención sobre la voracidad del hombre para consumir destructivamente todo lo que esconden nuestros ríos y nos dice que primero fueron los peces y después el pescador. O cuando dice que quiere vencer su soledad y la nostalgia de ver que la vida se va y se va. O cuando rinde homenaje a la palabra, al hombre, a la amistad, al amor, al terruño, al hijo, a las natachas, a las plañideras, a los que visitan esta tierra del Dios del amor.
Las canciones de Raúl Vásquez son tratados sobre el mundo con o sin globalización pero siempre injusto porque no hay forma de cantarle a la vida sin protestar contra el orden mundial que en realidad no es más que el desorden de la distribución de la riqueza. Pero no vamos a ponernos melodramáticos, menos melancólicos porque hoy en la noche asistiremos a un concierto que es sólo un pretexto para rendir un homenaje a Raúl Vásquez, hijo de esta tierra, de este río, de esta gente, y que siempre vamos a recordarle como el monstruo de la canción. Y será una noche de canciones y de sorpresas. Ya lo escucharán quienes asistan al auditorio del Colegio “San Agustín”.
Cumplimos diecisiete años de circulación y antes de cumplir la mayoría de edad, es decir el tiempo donde los seres humanos se pueden descarrilar por el mal o desviar por el bien, he querido como director de este diario cumplir un sueño que no hubiera sido posible si mi hijo mientras le llevo al colegio no me pediría inocentemente que le ponga el tema número cinco y después el doce y después el veinte, porque en uno Raúl habla del gran capitán, en otro para que el alma tenga paz, es decir Jacom becan en shipibo, y en el otro de su hijo Christopher que no es más que la relación del hijo con el padre y cómo los padres queremos quiméricamente que sean nuestros hijos. Gracias monstruo, gracias porque en esa monstruosidad escondes tu verbo hecho canción, tu palabra hecha protesta y tu creación como instrumento para hacernos felices buscando siempre el equilibrio justo entre el verbo y el hablar, entre la idea y la acción, entre el hombre y la naturaleza. La vida sería diferente si leyéramos un poco más –tal como nos pide Raúl en una de sus canciones- y si escucháramos sus interpretaciones que tienen mucho de poesía, bastante de melancolía y la dosis necesaria de sabiduría.