¡Chicha para los compañeros!

Moisés Panduro Coral

La fiesta estaba en su mejor momento. Las parejas bailaban al ritmo de una pequeña banda que emulaba a los grandes de la salsa latina. Los vuelos de las faldas bamboleaban y los tacones de las damas iban de aquí para allá restregando la alfombra, mientras sus parejas las tomaban del talle y de las manos para seguirles el ritmo cantando bajito las canciones conocidas. La melodía “Llorarás” de Oscar de León vibraba en la sala y en sus letras se podía oír el grito de un hombre dolido que le vaticina a su ex amada que ella sufrirá y llorará como lo sufrió él, y que nadie le comprenderá y que así se la pagará.

Entre los invitados se podía contar a connotados diputados y senadores, compañeros parlamentarios del padre de la quinceañera, a la sazón diputado por Loreto. En el jardín interior,  un numeroso grupo de muchachos, -ninguno con pareja- (“la invitación es personal, compañeros”), amigos de la agasajada, comían todo lo que venía en las fuentes que diligentemente servía la familia anfitriona. La mayoría de ellos eran universitarios loretanos que vivían en pensiones limeñas y se notaba que ese día no la habían pasado bien gastronómicamente hablando, probablemente por haber saltado de frente desde las aulas hasta la fiesta. Algunos estaban de visita en Lima y se ganaron la invitación, pero el hambre era el mismo dado que las comisiones partidarias se asumían sin viáticos ni gollerías.

De beber, llegaba al grupo abundantes vasos de deliciosa chicha morada. Ni bien terminaba una vuelta y ya se estaba sirviendo otra. “Ustedes son jóvenes, representan nuestra esperanza, no malogren su organismo tomando licor, el alcohol en abundancia degenera al individuo, mata las neuronas, afecta al cerebro, todo eso está escrito en el Código de la Juventud” decía la catilinaria del compañero mayor de corbata michi y chaleco azul que hacía de mozo, cuando descubría miradas subrepticias dirigidas a las botellas que se destapaban y que circulaban en la sala, espumosas y apetecibles, entre los adultos, mientras sus gargueros tragaban abundante saliva.

No eran unos angelitos, claro que no. De cerveza sabían, y mucho, pero en la casa del compañero Orison Pardo la disciplina no era una palabra, la orden se respetaba (“nada de licor para los compañeros jóvenes”) sin dudas ni murmuraciones, aún cuando dieron las doce y la noche se había convertido en una verdadera tortura para estos muchachos, cuyos aparatos digestivos, a esa hora, estaban totalmente abarrotados de piqueítos y absolutamente embotados de chicha morada. Tenían los labios lilas y eructaban a maíz cocido.

Después del vals del Danubio azul, el baile de la quinceañera con su padre, los saludos de los invitados, las fotos en la torta de tres pisos (“la foto de los muchachos en mancha, nada de yo sólo con la cumpleañera”), el apagar de las velitas, los muchachos vieron que el admirado compañero Orison Pardo venía a saludarles acompañado de otro fraterno y respetado maestro ucayalino llamado Remberto Tuesta. Un honor. Junto a ellos venía el compañero mozo con una fuente de cervezas (“¡por fin, se acordaron de nosotros!”). Estrechó las manos de todos y conversó con ellos sobre la responsabilidad de la juventud en la política. Los jóvenes escuchaban atentamente, pero las cervezas de la fuente que estaban ante su vista seguían con las chapas puestas.

En medio de la conversación, uno de ellos, impaciente, pensando que el maestro Orison Pardo conocía la jerga juvenil de esa época que insinuaba una invitación a tomar una cerveza, recitó una oración patentada por nuestro compañero Fernando “Caimán” Sánchez y aprendida de memoria en la academia preuniversitaria “Albert Einstein” de Iquitos que decía: los camellos en el desierto tienen sed. Identifique usted el predicado: ¡en el desierto tienen sed!. Bien, ahora identifique usted el sujeto: ¡los camellos!. ¿Quiénes son los camellos?. ¡Nosotros!. ¡Respuesta correcta!.

–       ¡Qué!, ¿todavía no les han servido nada de beber compañeros?.

–       ¡Nada compañero Orison, nos morimos de sed!, respondieron muchas voces en tono de protesta, rostro compungido y garganta angustiada.

–       ¡Que descuido! ¡Qué falta de fraternidad! ¡Esto es imperdonable!.

 

Entonces el compañero Orison alzó la mirada, se dirigió a su esposa que en ese momento pasaba hacia la cocina, levantó la voz y haciendo el gesto de tomar, ordenó:

–       ¡Maritza!, ¡chicha para los compañeros!, ¡aquí, por favor!.