«Belén, imágenes de una historia viva» es la nueva publicación que Tierra Nueva, con la colaboración del Municipio de Belén, pone en vitrina.

Entre otras novedades, el libro contiene fotografías de Fabricio Linares, joven profesional de las imágenes que ha crecido en ese populoso distrito.

Tiene textos históricos de Percy Vílchez Vela, uno de ellos reproducimos:

LOS PRIMEROS POBLADORES DE BELÉN

«EN EL LIBRO Diario de un misionero de Maynas, el jesuita Manuel Uriarte demuestra que los primeros pobladores del futuro Belén fueron los iquitos que vinieron del Alto Nanay en una fecha que se pierde en la noche de los tiempos idos. Desde mucho antes de arribar al lugar porteño, que muchos años después se iba a llamar Belén, los iquiteños se mostraron siempre rebeldes. Rebeldes contra los conversores de almas, rebeldes contra los gobernadores y contra los alcaldes nombrados por los curas. Los nombres de esos rebeldes figuran en mi primer libro de ensayo y son Riame, Anacachuja y otros que buscaban disfrutar de la libertad entre bosques y aguas.

En la médula de esos primeros habitantes de la isla latía un poderoso impulso de libertad. En el estremecimiento de esas vidas no figuraba el vivir como vasallos. Entre nuestros antepasados hubo un rebelde singular que se enfrentó al franciscano Andrés de Zárate, quien fue el primero que desde el convento de Ocopa salió a buscar a los legendarios iquitos. En ese tiempo esos oriundos eran también conocidos como pucahumas debido a una corona pintada de achiote que se ponían en sus cabezas. Para detener la furia del citado se requirió la fuerza de nueve hombres armados hasta los dientes y las piernas. Es lamentable que hasta ahora no se haya podido encontrar el nombre de ese primer rebelde de los bosques. Pero es indudable que ese rebelde del inicio pinta de cuerpo entero a los beleninos del futuro, a los iquiteños del porvenir. 

En ese Belén, que todavía no se llamaba así, lógicamente, sucedieron tantas cosas dignas de grata recordación como la siembra de la cruz de ocho lados que posiblemente estuvo a la altura del Malecón, entre Sargento Lores y la calle Morona, donde una mujer puso mucho después un puesto de carretas para vender agua potable. La enorme cruz de madera resistente era como un faro, una guía, para los viajeros que venían por tantos ríos, especialmente del Brasil buscando las hamacas a colores que tejían las mujeres después de cumplir con sus labores hogareñas. En ese tiempo remoto se exportaba plumas de garza y había muchas mujeres dedicadas a ese menester.

El profesor e historiador José Barletti Pasquale me mostró cierta vez, en un acto público, los resultados de uno de los primeros censos que hubo en Iquitos, donde pude ver la numeración de las pocas casas que por entonces había. Es de suponer que esas viviendas estaban afincadas en la parte alta o baja de Belén. En el presente, enero del 2021, Belén debe tener 300,000 pobladores.

En los mitos de origen de todos los pueblos de la tierra no faltan los grandes recorridos o viajes. La canoa sideral que recorre grandes distancias figura en muchos mitos de las aldeas amazónicas. El Monstruo de la Canción, Raúl Vásquez, cantó a las canoas que no verán el río. Las canoas de Belén incentivan el imaginario de las gentes de todas partes. Porque es la confirmación del viaje inminente.

En ese entonces los iquiteños que vivían por la zona baja de Belén, rodeados por las aguas del Amazonas y del Itaya, cumplían un rito escandaloso, puesto que armaban bulla durante toda la noche, golpeando batanes, platos y cucharas, anunciando con ruido la partida. El destino de esos largos viajes podía ser Manaus o el Cuzco. Es decir, la isla distante estaba conectada por la fuerza y la potencia de sus ríos vertiginosos, gracias a las canoas que les trajeron desde la zona del Caribe para poblar el bosque de la Nueva Andalucía, primer nombre que propusieron los castellanos a través del trujillano Francisco de Orellana. El señor Pedro Mártir de Anglería fue el primero que utilizó la palabra Amazonas para designar el continente de bosques y aguas. El segundo en usar, por escrito, esa palabra fue Gonzalo Fernández de Oviedo quien leyó los originales de Gaspar de Carvajal, el capellán de los orellanistas que se moría de hambre en cada tramo de aquel viaje de ida que iba a ser fatal a la postre para Orellana.    

En ese Belén del inicio se instaló el frío de San Juan como lo cuenta Uriarte en su libro ya mencionado. Y era una estación tan complicada que podría generar las pestes, tan cercanas a los iquitos. En 1927 hubo una plaga de catarro o gripe que causó muchas muertes y que obligó a clausurar el año escolar, exactamente como ahora con el covid-19. Es decir, la historia se repite aquí y en todas partes.  

Pero puede no repetirse de aquí en adelante. Todo depende de lo que hagamos hoy. En el presente es necesario sembrar el abono para que las futuras generaciones encuentren un Belén mejor».

El cuidado de la edición y las correcciones estuvo a cargo de José Rodríguez Siguas y Jaime A. Vásquez Valcárcel.