Arroyo y Donayre

ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel
jaimevasquez2002@yahoo.com

Granputeando por la mediocridad vestida de supervisión. Adolorido por la comprobación que la ciudad donde habito está inhabitable. Resaqueado por todo lo vivido y balbuceando frases impronunciables e irreproducibles he recordado al cura José María Arroyo y a Miguel Donayre Pinedo. El primero en alguno de los mundos que la teocracia se empeña en pintarnos y, el segundo, soportando el exilio europeo con un sol abrasador que tal vez se asemeje al infierno con el que nos asustan los asustados cotidianos. Y lo hecho porque he vuelto a leer poesía. Y lo he hecho porque me ha vuelto y revuelto el pesimismo.

Cuando medio en broma y medio en serio le preguntaba a Arroyo –cuando su cerebro todavía era capaz de pronunciar palabras en siete idiomas con groserías galantes inclusive- ¿quién era el mejor poeta peruano o loretano? respondía que no hay ni buena ni mala, solo poesía. Lo decía, también en broma, que igual daba leer a Vallejo, Eguren, Perea, Huansi. Pero él sabía que entre verso y verso hay un mar de diferencia. Si el verso está bien construido. La palabra bien puesta. Porque un poema con la palabra pertinente es, vamos, un edificio con los ladrillos bien colocados. Permítanme esa licencia. Así que Arroyo, para evitar ofender susceptibilidades, me contestaba poéticamente lo que repetía a sus alumnos de Letras de la UNAP que, creyéndose poetas, le preguntaban por los mejores poemas de los universales y también lo que ellos acababan de escribir. Arroyo sabía que esos poetas inquisidores eran adefesios en prosa y en verso.

He recorrido las calles de Madrid con Miguel en mi diestra y siniestra. No tantos días como quisiera. Pero al hacerlo en marzo pasado he aprendido de la vida mucho más de lo imaginado. Miguel, cual lazarillo adiestrado, me ha guiado no por las calles que circundan Atocha, Toledo, Escorial sino por la vida. Que ya es bastante. Tan solo ingresar –pidiendo que se detenga el tiempo para tener tiempo de ojear y hojear los libros en los estantes inalcanzables- a una librería madrileña es para devolver el  optimismo luego de comprobar que estamos en un terruño del nunca jamás. Todas las palabras sobre literatura, gastronomía, sociología, historia y las situaciones más lúdicas que uno pueda imaginar, dichas por Donayre Pinedo en ese recorrido extenuante por el museo del Prado, de la reina Sofía, las casa veraniega de los reyes, del sofá y catre de Cervantes y más son un post grado a la decencia que, caramba, ya no es una frecuencia.

No quiero supervisar nada. No tengo tiempo –por ahora- para nada. Solo me limito a recordar a José María Arroyo y Miguel Donayre porque he releído poesía y repasado el pasado reciente y he concluido: mientras haya poesía y amigos, el pesimismo siempre será transitorio, efímero, volátil. A voltear la página.