Nadie entiende ahora las razones por las cuales en la plaza Grau de Punchana, el alcalde Juan Cardama se disfrazó con una máscara carnavelera para tentar su reelección en el cargo de alcalde. Iba la campaña electoral viento en proa y en el casco de la nave cuando, súbitamente, el aludido desdeñó gastar en cafés o caldos y se mudó un disfraz que representaba al rey Momo, soberano de la risa, la risotada, la burla, y arrancó los fuegos de su jornada de las urnas. El lema que le distinguió fue que la vida era un carnaval, lo cual originó un juicio de parte del doctor Alan García Pérez.
Escoba en mano, el citado burgomaestre se dedicó a barrer los desperdicios de algunas calles de su distrito y llevarlos corriendo a la vereda del concesionario que no limpiaba nada. Allí, rodado de sus partidarios que aplaudían a rabiar, improvisaba un mitin relámpago contra el doctor García quien no podía ser dueño de esa frase que unía y enlazaba la fiesta brava del carnaval con la dignidad de la existencia. La vida era un carnaval desde siempre, sobre todo en el mes de febrero. Los abogados del doctor García retrucaban que esa frase fue acuñaba mejor por el líder perpetuo del aprismo.
El serio Tribunal Internacional de la Haya no quiso ver el caso porque sus estatutos no lo permitían. De manera que el Jurado Nacional de Elecciones tuvo que esmerarse para conceder un veredicto imparcial. Y después de idas y venidas, de subidas y bajadas, de este y oeste, determinó que el lema era de uso social, pero que el antiguo presidente lo había acuñado en la memoria de los votantes. Por lo tanto, al señor Cardama solo le quedó la máscara y la escoba justiciera con lo cual siguió barriendo hacia la vereda del señor Brunner.