El estadio artificial de fútbol de Iquitos quedó pequeño para los innumerables platos de caldo que servía el entonces candidato Jorge Monasi. Era el momento crítico, dramático, de esa generosidad que el candidato del pollo primero había puesto para beneficio de los motocarristas. El éxito de esa sopa de gallina fue fulminante. Los conductores de esos trastos no iban solos, sino con sus pasajeros y con sus mismas numerosas familias, pues algunos tenían hasta 3 casas. Caldos iban y venían a la hora del almuerzo, hora temible para unos cuantos, cuando otros gremios urbanos acudieron en demanda del alimento gratis y sin ningún compromiso. Nadie pudo detener el vértigo de las personas que empezaron a llegar de todas partes, desde lugares inconcebibles.
El candidato Monasi, cuya filosofía era que cada votante debía convertirse en un granjero o un pollero en el término de la distancia, nada pudo hacer para detener la avalancha de personas que no votaban ni por él ni por nadie. Eran ciertos ciudadanos empobrecidos de España, Gracia, Italia, Irlanda, que hacían colas con sus mochilas reforzadas y sus viandas para llevarse el caldo gratis. Cuando clandestinos migrantes africanos arribaron con sus hambres retrasados, apareció el caos. Lo de la cita en el estadio oficial fue, en realidad, una despedida. Porque el candidato del pollo y el galpón renunció a la campaña edil, a la política, a la vida pública. Nadie votó por él en los comicios del 2014, ni los fecundos motocarristas. Por otra parte, estaba arruinado.
Como arruinados estaban los que habían colaborado, desinteresadamente en la cocinería y preparación del caldo gratis. Es decir, estaban mal los otros granjeros de la carretera, los criadores de avestruces, majases y otras especies, los expendedores de huevos, de gallina y de codorniz, los que vendían solo menudencias en los mercados de abasto, hasta los que beneficiaban reses, pues en determinado momento se sirvió sopa de huesos de ganado.