El  inesperado candidato,  Gastón Acurio,  subió más  que la espuma en las  pasadas elecciones del ya olvidado año del 2014, pero no ganó nada al final. Pese a que decía a los cuatro vientos que no servía para la política, que sus destrezas estaban entre las cacerolas y las ollas, acabó aceptando participar en esa jornada electoral. Su lema fue  “como,  luego existo” y tuvo bastante aceptación pues su campaña incluía un plato de pan con huevo. Muy pronto,  los votantes le convirtieron en una estrella de las candidaturas. Las encuestas le daban una intención de voto del 100 por ciento. La elevada cifra loqueó a Gastón que quiso renunciar ahí mismo, para de inmediato tentar la presidencia peruana.

En realidad, debido a un mal cálculo de sus asesores honoríficos, que dicho sea de paso eran agasajados por un almuerzo popular en la Parada, se equivocó al no confiar en su prédica gastronómica. Tibio, inseguro, algo inocentón,  Acurio quiso probar suerte aceptando una invitación de un modesto alcalde del Belén selvático parta postular a un cargo de simple regidor.  La idea del pan con huevo fue la del burgomaestre que se comprometió a surtirle de los insumos para la campaña. Después que el jurado desestimó su renuncia, el cocinero peruano tuvo que seguir en la brega ofreciendo otros platos, otros preparados,  para cuando arribara al poder consistorial.

Pero súbitamente su agresiva campaña sufrió un acusado revés. Porque las panaderías y los polleros no pudieron satisfacer la demanda de tanto votante y no votante,  jubilados de todo, pensionistas 65, niños de pecho que hasta asaltaron los microbuses surtidos de panes y huevos. Semanas antes de la votación no había ni panes ni huevos, y se quiso importar  alimentos del  extranjero, pero no se pudo realizar la operación comercial. Entonces Acurio, pese a que cocinaba desesperadamente cualquier cosa, bajó en las encuestas y acabó en el último lugar.