A cachetadas aprendí
ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel
Esto parece una de esos antiguos estudios fotográficos donde de la oscuridad salía la luz necesaria para las estampas inmortales. Para mi Maurilio Bernardo Paniagua es como un estudio fotográfico. Que lo sea siempre. Desde que ingresó al aula del quinto C en abril de 1983 y lanzó más o menos esta frase para que responda cualquiera: “¿qué opinan de lo que dice Marx que la religión es el opio del pueblo?”. Silencio total. ¿Pero qué tiene este cura para preguntarnos esto? Silencio total. No era más que una provocación docente y decente para “golpear” y recibir una respuesta. Los que le frecuentamos después nos enteramos que ése era su estilo.
“Oye, Maurilio le ha invitado un cigarro el año pasado a Carlos, ¿crees que me invite a mi?”, preguntaba un adolescente fumador empedernido de los años escolares a otro que en los ratos libres hablaba con el cura en los pasillos. No solo terminó invitándole sino que le encendía los cigarros y fumaban juntos en la sala de orientación religiosa. Qué confianzas son esas, decía uno que no se atrevía ni a fumar ni a pedir “candela” a nadie.
Algunos ya contaban que un poco intimidados por el peligro de embarazo adolescente le pedían “consejos” al sacerdote de pelo entre blanco y plomo y dejaban entrever que lo mejor sería la abstinencia sexual, él les decía con claridad: “el problema no es que tengas relaciones sexuales con tu enamorada sino que quede embarazada porque eso frustraría tus proyectos, así que a tener cuidado”. ¡Plop! Pásenme una historieta del chileno Pepo, por favor.
“Ese cura que es tu pata me metió una cachetada cuando estaba en quinto de secundaria que hasta ahora me duele y suena en mi tímpano”, me confío casi 15 años después de egresar del colegio un padre de familia cuando se enteró que participaba de tertulias con ese cura que, entre otras cosas, enseñó que los hombres pasan y las instituciones quedan, que más allá de la obras físicas está lo que se enseña con la práctica. Y es que las cachetadas de Maurilio duraban más de un semestre. Zumbaban más allá de la propia vida.
Si quieren hablar de sus enseñanzas ahí están los miles de jóvenes que se convertían en sus amigos luego de salir de las aulas agustinianas. Si quieren hablar de su entrega a los postulados cristianos ahí están los testimonios de centenares de familias con las que compartía diálogos profundos.
“A veces no entiendo a Dios”, me lanzó esta frase una noche en las escaleras cerca a la puerta del Colegio San Agustín de Iquitos porque no entendía cómo el destino propinaba semejante dolor a una madre casi santa que pasaba por el trance de la pérdida de su hijo en un accidente años después de haber sufrido semejante hecho con una hija quinceañera. Mientras todos sollozábamos por esa muerte él reflexionaba sobre su apostolado y la duda le cubría el pensamiento. Que nosotros, mortales comunes al fin de cuentas, nos dejáramos llevar por dubitaciones teocráticas basta y sobra, pero esas palabras en un sacerdote ilustrado y pegado a los postulados vicariales, era telúrico. Pero así enseñaba Maurilio.
Cada cierto tiempo derramo unas lágrimas por Maurilio. Por su ausencia. Por sus enseñanzas. Por su gritos. Por sus reprimendas. Por su sonrisa. Por su eterna juventud mezclada con esa niñez que solo se observa en los hombres de bien. Por sus escritos. Por sus dudas. Y con ese sentimiento ni bien me enteré que iba a regresar a España puse en el itinerario Valladolid, ciudad donde encontró la muerte y cuya tumba sentía que tenía que visitar junto con Mónica para, entre otras cosas, agradecerle por protegerme y decirle que todos los días pienso en sus pensamientos. De esa visita, escribiré, el lunes.
La vida de uno queda marcada por las enseñanzas de Maurilio, no solo por su desenfado en mostrarnos la realidad desde la exigencia de una vida que tenga presente a Cristo sino también porque supo compenentrarse en el pensamiento de los jóvenes a quienes desde siempre les azuzaba a ser rebeldes con causa. Jaime pon la foto de la tumba del RP.
Ciertamente, el padre Maurilio dejó huella en todos los que tuvimos el privilegio de conocerlo, un recreo de aquellos recuerdo allá por el segundo lustro de la década del 70, jugaba con un grupo de alumnos el balonmano,un deporte que nadie conocía en esa época, por lo menos en Perú y menos en Iquitos, lo hacía muy bien, nos enseñaba las reglas y recuerdo también que ha veces nos pasábamos de la hora de recreo pero el se encargaba de justificar nuestra ausencia en clases.
Recuerdo también que un día le pregunté: que tengo que hacer para ser un buen cristiano? y él tomándome del antebrazo solo me dijo: IMITA LA VIDA CRISTO, esas palabras marcaron mi vida hasta la fecha.
Felicito a Jaime Vásquez por tener el privilegio no solo de haberlo conocido si no por haber tenido el alto honor, (probablemente el único de Iquitos)de visitar su tumba.
Que en paz descanse el alma de tan noble ser humano. Maurilio por siempre y para siempre.
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