Desafíos globales de la juventud
Moisés Panduro Coral
El río Nanay avanza sin apuros a su desembocadura en un brazo del río Amazonas, un kilómetro aguas abajo. Decenas de botes y barcos pequeños de todo tipo, desde las deportivas hasta las de transporte, surcan y bajan esta apacible corriente en un día deslumbrante en el que el sol brinda su prodigiosa energía a favor de la vida. Al costado, en el bosquecillo inundable unas sillas rústicas de madera invitan a ir hasta allí para disfrutar de la refrescante sombra que proyectan los árboles mientras la fotosíntesis avanza sin pausa en el interior de sus células.
El domingo se anuncia bello. El sol irradia un esplendor tal que las nubes pequeñitas lucen la blancura propia de un vestido de novia estampado en el firmamento celeste sin mácula que es el color que nuestra alma anhela cuando llegan esos días negros de color brea. El viento fresco mueve el follaje que se balancea boyante y adosado a él cientos de organismos vivos pequeños deben sentirse como niños yendo de un lado a otro. Las aves surcan el cielo compitiendo con los avioncitos de jóvenes clasemedieros loretanos que cerca practican aeromodelismo. Ellos, los avioncitos, son inertes; despegan, aterrizan y direccionan su vuelo y su altura según el criterio del que tiene en sus manos el control remoto; aquellas, las aves, en cambio, sólo obedecen a su instinto, y por eso mismo, son libres.
En el auditorio del club hay un centenar de muchachos convocados por un reconocido profesor universitario y dirigente del club de caza y pesca que nos alberga, quienes -lapicero y libreta en mano- esperan en medio de un murmullo expectante a quienes les expondrán acerca de los desafíos globales de la juventud en el siglo veintiuno. Hay muchos desafíos. La globalización es seguramente la palabra que más a menudo han escuchado, pero es probable que les suene todavía como algo distante de su cotidianeidad a pesar de que la popularización de la informática, y del internet como parte de ella, está trasmutando de cuajo los escenarios de la comunicación y de las relaciones humanas, y de paso, las economías de ricos y pobres, las transacciones financieras, la sociología de los pueblos; la democracia como sistema político mundial; los encuentros cercanos del hombre, la ciencia y la tecnología con la metafísica; y el surgimiento de nuevas teorías que buscan esclarecer los misterios del universo y de la realidad apelando a ecuaciones multidimensionales jamás imaginados.
En estos desafíos no se puede ocultar a la juventud que las tendencias están apuntando al alzamiento en armas financieras de nuevas potencias económicas. China, el más importante de los BRICS o países emergentes hace tiempo que le está tirando codazos a los Estados Unidos para desbancarlo del sillón de primera potencia del mundo. ¡Ese lugar es mío! le dice China a los Estados Unidos y aquí hay cándidos que todavía siguen hablando de luchas clasistas contra el imperialismo yanqui. ¡Boberías, muchachos!. La población norteamericana y europea envejece inexorablemente y dentro de poco no será Miami la Punta Sal de los pitucos latinos ni el destino de migración de miles de personas en busca de mejores horizontes. Serán Shangai -que para recibir a sus visitantes ha construido hasta playas artificiales-, Beijing o cualquier otra ciudad asiática de las que ahora conocemos sólo como un puntito en el mapamundi. Es preciso por ello que los jóvenes sepan que el eje del comercio mundial, la fuerza motriz del planeta, cambiará de coordenadas y se ubicará más allá del mar en un continente que de niños pintábamos de amarillo en nuestra carpeta de geografía.
Es también un desafío para los jóvenes de hoy el cambio climático originado por el calentamiento global. Muchos centros urbanos se han convertido en megaciudades en donde ya no hay espacio para la vida en el buen sentido de “vivir la vida y no dejar que la vida te viva” según lo predica la profundidad del pensamiento susydiazano (que sí es correcta señores, y está en armonía con la naturaleza). Las megaciudades son descomunales hornos que diariamente expelen millones de toneladas de bióxido de carbono que sólo hacen más gruesa la frazada que componen los gases de efecto invernadero y que son la causa central del calentamiento global y, por ende, del cambio climático que hoy experimentamos. Son espacios que están lejos de los ideales solidarios, de cooperativismo y del bien común que impulsaron la creación de las primeras ciudades de la humanidad.
Otro desafío a tener en cuenta es que en el mundo actual hay una preferencia por los productos naturales tal vez como una nostalgia del paraíso que perdieron nuestros padres Adán y Eva. Y eso nos pone a los amazónicos en agenda. Y hay, por supuesto, el ignoto, cambiante y bárbaramente acelerado mundo de la biotecnología y la robótica. Es asombroso saber, por ejemplo, que en poco tiempo esos aparatitos llamados celulares serán apenas reminiscencias de una etapa de inventiva que no dudaremos en llamar arcaica. La nanotecnología se volverá rutinaria cuando vayamos a una tienda y ya no tengamos que pagar por la compra de un aparatito con baterías sino por la instalación de un chip micrométrico en un lado del oído el que podrás sintonizar en la onda que quieras, y hablar, contestar o llamar a quien quieras según el dictado de tu pensamiento.
Miro a un costado y, en ese preciso instante, observo que el viento hace revolotear la cabellera de mis dos niñitas que hoy acompañan a papá en la exposición que realiza ante este grupo de jóvenes. Veo sus sonrisitas lindas, y digo que responder a estos desafíos de ninguna manera debe significar que el río interrumpa su andar limpio, que las aves estropeen su libertad, que el cielo extravíe su color celeste, que la fotosíntesis se empantane o que los bosques se ausenten, que las nubes se manchen de negro brea, que los vientos ya no bamboleen el cabello de los niños, ni menos que el alma se envenene.
Mantener vivas estas singularidades de la vida son los más grandes desafíos de la juventud amazónica del siglo veintiuno.