Loreto: horizonte al 2025
por: Moisés Panduro Coral
Cuando llegue el año 2025 estaré ya en la base seis. Tendré menos cabello y mi piel ya no tendrá la misma lisura. Usaré anteojos con más frecuencia para leer las letrillas de la nueva televisión digital. Probablemente lleve algún chip incorporado en mi organismo por seguridad personal o para comunicarme mejor. Se irán mis hijos a hacer sus propias vidas y me visitarán con nietos y nietas y mi afecto sufrirá variaciones que me harán llorar de contento por cada par de ojos nuevos que pueda verme. Y los que hoy nacen estarán en pleno proceso de cambios hormonales, viviendo las emociones que todos hemos vivido a los quince años. Habrán sucedido ya los eventos cósmicos y ambientales que la ciencia está prediciendo todavía como hipótesis que nos parecen lejanas, aún cuando estén a la vuelta de la esquina.
Quince años nos separan del 2025, del tiempo que podríamos llamar el primer cuarto de siglo del tercer milenio de la humanidad. Y veinticinco años son la adolescencia de un siglo. Lo que muchos no nos hemos dado cuenta en Loreto es que la primera década de esa adolescencia ya se fue. Sin embargo, a pesar de los diez primeros años transcurridos, que coinciden en gran parte con los dos primeros gobiernos regionales con autoridades elegidas democráticamente, el desarrollo regional sigue estancado, sin salida, con discursos anémicos en cuanto a la concreción de grandes metas en esta región territorialmente extensa, ecológicamente frágil, vialmente desarticulada, competitivamente a la zaga, tributariamente menudo, económicamente pobre y socialmente diverso e injusto.
Alguien tiene que empezar a mirar al pasado, y reivindicar a los que aquí vivieron y lucharon por construir Loreto. Mirar las huellas y seguir los pasos de quienes concibieron proyectos que miran en la profundidad del horizonte que amanece. Eso, para que el año 2025 no nos encuentre solo con los cabellos y la piel transformada, sino con una carretera que nos permita ir desde Iquitos hasta Saramiriza y de allí a la costa norte, sin olvidar el ramal que nos lleve hasta Gueppí, y porque no, con vías que nos interconecten con otras localidades fronterizas como Angamos y Buen Suceso en el Yavarí, con El Estrecho en el Putumayo, entre otros proyectos viales que no se hacen en cuatro años, es cierto, pero que tienen que formar parte de un plan de acción de largo plazo que debe ser respetado por todos los gobernantes que la región pueda tener en su camino.
En el año 2025, no podemos estar de coleros en la tabla de la competitividad regional. Para entonces, debemos haber sido capaces de crear mercados subregionales que aprovechen sostenidamente las potencialidades de la biodiversidad. En esta perspectiva, es imperioso que asumamos como tarea la conversión de por lo menos cinco pueblos pequeños de la frontera que defiende Loreto, en ciudades dotadas de suficiente infraestructura de servicios, con una población en un nivel de demanda suficiente que logre generar una red de producción rural en sus respectivas áreas de influencia. A eso se llama nuclearización de poblaciones, concepto que trae aparejado además un fortalecimiento de la seguridad geopolítica, una necesaria innovación tecnológica para la productividad y una integración al mercado global, que es el requisito cardinal para que la economía se mueva y expanda sus beneficios a todos y no sólo a unos cuantos.
Loreto no podría llegar al 2025 en mejores condiciones si no cuenta con energía barata. Y en este terreno hay que ser francos. Hace años que vengo escuchando las bondades del proyecto de la central hidroeléctrica de Mazán, del que no existe más que un perfil aún no viabilizado en el sistema de inversión pública de nuestro país. Desconozco cuál sería la capacidad de producción eléctrica de una central en este río tan cercano a Iquitos, lo que si se es que es una posibilidad remota aún en el horizonte 2025. Más realista resulta conectarnos al sistema hidroeléctrico nacional. En el Perú hay varios proyectos hidroeléctricos en ejecución y algunos han sido recientemente puestos en funcionamiento por el actual gobierno, lo que quiere decir que hay una producción suficiente para atender en un primer momento la demanda de este vasto territorio. La interconexión eléctrica, mientras podamos tener nuestra propia central, es lo más pragmático. Y yo apuesto a ella, porque además está en la línea de la modificación sustancial de nuestra matriz energética que hoy está sustentada en un enorme porcentaje en el petróleo.
En el año 2025, los loretanos deberíamos tener capacidades desarrolladas para contribuir con la salud, con la creación de trabajo y con la investigación para el desarrollo. El día en que los hábitos de higiene corporal y ambiental de la población loretana estén internalizados, los hospitales existirán sólo para cirugías o tratamientos especializados. Los profesionales de la salud saben que hay decenas de enfermedades que se pueden evitar si es que se siguen elementales normas de salud individual y de salubridad colectiva. Y si logramos ello, reduciremos la incidencia de enfermedades y la tugurización de los centros de salud, y consecuentemente, disminuirá la mortalidad infantil, incrementando la expectativa de vida y, por ende, la pobreza. Pueblo sano, pueblo fuerte.
En el 2025, año en que la base seis rondará mis huesos, Loreto debe ser una región en la que cada estudiante salga del colegio sabiendo que tiene su propio proyecto de vida y dispuesto a llevarlo a la práctica. Proyecto de vida basado en el emprendimiento personal y en la solidaridad humana, porque la educación que debe darse debe ser una educación para crear trabajo. Y en ese año, nuestras universidades y las instituciones de investigación, deben estar aplicando los conocimientos científicos para crear tecnologías que promuevan nuestra competitividad y masifiquen la producción de bienes y servicios.
En el 2025, año en que espero estar rodeado de mis nietos, en Loreto debemos estar mejor preparados que otros pueblos para enfrentar los efectos del cambio climático. Hay que impulsar tenazmente las inversiones ambientales, no con el criterio maximalista de no tocar nada, sino con la conciencia conservacionista de reponer aquello que usufructuamos para que otras generaciones hagan lo mismo. Hay que conservar las aguas, los bosques, el clima, los suelos, la fauna y al hombre mismo.
Por estas razones y más, la política vinculada al desarrollo debe ser de largo plazo. Quince años tenemos los loretanos para convertir nuestra región en un lugar donde todos, sin exclusiones, podamos mirar cada amanecer en un día más de agradecimiento por la vida, por la paz, por la justicia social. Dios mediante.