Los hijos tenemos —como una facultad benéfica, o tal vez, opresora— la responsabilidad de alcanzar mayores o mejores logros que nuestros padres, por nuestro bien personal y el prestigio de la familia. En ese sentido, los personajes políticos no se declinan de esa premisa, los padres que lograron dirigir algún cargo político, ya sea una alcaldía, un gobierno regional o la presidencia del país, configuran en sus descendientes el linaje de poder.
Para muestra, basta con mencionar los casos de la familia Castañeda, que tuvo a uno de los hijos del actual alcalde de Lima como candidato al cargo del padre, una aspiración sin éxito, o de la familia Fujimori, que tuvo al patriarca como presidente de la República con la hija mayor como Primera dama, y es ella quién tienta por años el sillón presidencial sin éxito hasta ahora.
La señora Keiko Fujimori ha heredado de su padre las suficientes habilidades sociales para recibir el respaldo de un sector de la población. Pero la bendición no llega sola, también ha tenido que soportar el descrédito de su organización política por los actos de corrupción del gobierno fujimorista en la década de los 90´s.
Todo o casi todo en estos días ha sido un sinsabor para la lideresa del fujimorismo, empezando por la disolución del indulto humanitario a Alberto Fujimori, los menesterosos resultados de Fuerza Popular en las elecciones del domingo pasado, incluso el rechazo del recurso de casación que presentó para tratar de impedir que se la siguiese investigando bajo la ley contra el crimen organizado y pasando por supuesto por la detención preliminar a la que está sometida.
La señora Fujimori ha construido minuciosamente su infortunio. Su incesante labor por tumbar a quienes considera sus enemigos y proteger a cualquier precio a quienes funcionan como sus amigos la ha pintado como una lideresa abusiva de la dosis de poder y obstructora del desarrollo nacional. Asimismo, la posibilidad de otorgarle una mayor confianza en el futuro se le ha hecho, al parecer, indeseable a mucha gente que antes no descartaba la eventual oportunidad de convertirla en presidenta.
En fin, despreciable han llegado a encontrar gran cantidad de peruanos la imagen de la señora Keiko, que hasta frente a una medida de sustento discutible que la perjudica, como la de su detención preliminar, se muestran complacidos y sin disposición mayor a escuchar los argumentos legales que tiene en su defensa.