Museo de Kafka.

Cada mañana en la habitación del hotel antes de recorrer las calles de Praga leía unas páginas de “La metamorfosis” en búsqueda del ambiente que vivía Kafka que contrastaba con la ciudad que veo por estos días. En la tarde mientras estábamos en el “Café Slavia” una ligera brisa, en el quicio de sus inmensos cristales, pareció llevarnos a esos días con la aparición de un tranvía antiguo, el espacio por unos segundos se llenó de esos aires pasados. Por las aceras adoquinadas de Praga también ambuló Dvorack, gran músico que lo escuché por primera vez en las orillas del río Charles en Boston. Como también el mismo escritor checo Milan Kundera de cuyas novelas hemos bebido a sorbos. Es cierto que desde Kafka hasta ahora ha pasado mucha agua por el río Moldava, la ciudad tiene otros derroteros dibujados por el turismo masivo. Hubo en régimen socialista, un período de transición y por estos días una economía de mercado. Es un país con una gramática emocional muy fuerte. Uno de mis recuerdos adolescentes de la entonces Checoslovaquia era la llegada de unas moto bajo las siglas MZ, al recorrer el Museo del Comunismo (el relato que guía este museo a ratos es sesgado pero merece la pena visitarlo. En la puerta hay una estatua de Lenin con una mano rota que lo dice todo, así como suena, me topé con una de esas motos y el recuerdo se disparó a esos tiempos adolescentes, así se unía la floresta con este país quien iba a pensarlo. Es una ciudad plurisecular como señala Magris. Un día casi entero nos pasamos recorriendo sinagogas por el barrio judío: Pinkas Synahogue, Klausen Synagogue, Old- New Synagogue, Maisel Synagogue.  Hay muchas en Praga, y con mucha historia de por medio, pero la que más resalta a la vista es la denominada Spanish Synagogue, la sinagoga española, es impresionante desde el punto de vista arquitectónico. Casi a la puerta de esta hay una estatua homenaje a Kafka, los turistas masivamente hacen corros y colas para tomarse fotografías. No hay foto que dispares en que no salga un figurante anónimo (hasta yo mismo puedo salir en una). Uno de los lugares que impresiona es visitar el cementerio judío, el antiguo, donde las tumbas están casi unas sobrepuestas sobre otras, con lápidas que parecen las tablas rocosas y en hebreo. Al ver tanta gente caminando por sus calles peatonales, seguro que el esmirriado Franz no reconocería su ciudad.

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