Por: Moisés Panduro Coral
Las cosas están podridas. En la política y en el gobierno, igual que en el fútbol. Lo dijo Maradona hace unos años atrás años: la FIFA -ente rector del fúbol mundial- es una mafia, una organización capturada por una recua de tipos que trata de hacer creer a la gente que organizan campeonatos de prestigio, cuando lo único que hacen es ganar más plata; una estructura tramposa que hace alinear a favor de sus intereses a cadenas de televisión, a árbitros, a federaciones y asociaciones, a sponsors y anunciantes publicitarios; una caterva de malhechores que los hinchas estamos obligados a desenmascarar por el bien del fútbol.
Lo que dijo el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos recibió su certificado de comprobación cuando la justicia de los Estados Unidos ordenó la detención de varios dirigentes del fútbol mundial, acusados de estar involucrados en un esquema bien montado de corrupción mediante el cual delegados de la FIFA y otros funcionarios de organizaciones dependientes, recibieron sobornos y comisiones por más de cien millones de dólares. Según las autoridades policiales y judiciales suizas y norteamericanas, el dinero provenía de “representantes de medios y firmas de promoción deportiva quienes a cambio obtenían derechos mediáticos, de publicidad y auspicio en conexión con torneos en América Latina”.
Además de los sobornos y comisiones, otra denuncia está referida a graves indicios de corrupción en el proceso de elección de Rusia y Qatar como las sedes de los mundiales de fútbol de 2018 y 2022. Algunas naciones interesadas en ser sedes de campeonatos organizados por la FIFA se han quejado por la solicitud de sumas cuantiosas que les han hecho para lograrlo. Uno de ellos, por ejemplo, es el que hizo un ex ministro egipcio de deportes que sostiene que les habrían pedido un millón de dólares por cada voto favorable que les aseguraba la sede para el Mundial del 2010.
Las mencionadas no son las únicas denuncias. En el arbitraje se cuentan por decenas. Las sospechas respecto a arreglos abritrales para inclinar la cancha a favor de una selección o equipo de fútbol, en función a los intereses que se mueven detrás de un torneo o un partido, recaen también en la FIFA. Una rápida revisión en la red nos arroja una apabullante información respecto de lo que se ha dado en llamar la mafia arbitral. Mientras los mejores jugadores se empeñan en demostrar la magia de su fútbol, mientras los sufridos hinchas ponen la emoción en cada partido, los malos dirigentes y árbitros urden mafiosamente algunos resultados.
Esto ha quedado claro después del partido entre Chile y Uruguay, la semana pasada, con el escandaloso e irritante arbitraje del brasileño Ricci, a favor del primero y en contra del segundo; y más claro aún, luego del partido entre Chile y Perú, aye. Es más que evidente que esa mafia está tratando de favorecer al local. Eso explica por qué el deplorable Ricci arbitre el partido de semifinal entre Argentina y Paraguay; explica por qué el boliviano Orosco fue cambiado de último momento por el venezolano Argote para arbitrar el Perú-Chile, un juez irremediablemente nefasto que no amonestó a ningún jugador chileno y cobró un gol a favor de Chile en indudable offside. Tan deshonesto ha sido el arbitraje que varios comentaristas internacionales han señalado que Argote ha hecho un papelón arbitral, un paupérrimo arbitraje, una vergüenza para el fútbol.
Eso explica, igualmente, por qué Paolo Guerrero dijo ayer lo mismo que Maradona, sólo que de manera diplomática: “hay cosas extrañas en el fútbol”.