Detrás del balón

Por Miguel DONAYRE PINEDO

Mi madre en su juventud fue jugadora de baloncesto pero ninguno de sus hijos por más que tiramos la pelota al aro no llegamos a ser como ella. Ella, Melita, es  nuestra jugadora de baloncesto. A mi madre la miraba fuerte, decidida en las fotos en blanco y negro donde era retratada como integrante de un equipo de baloncesto local, esas imágenes se guardan en el álbum familiar. Te observaba desde la tribuna en un coliseo donde apenas había espectadores, se parecía mucho cuando en Perú se presenta un libro van los amigos y parientes. Pospartido te daba consejos y regañiñas cuando se merecía ante un despiste en pleno juego. Esos consejos y puyas siguen hasta hoy por más distancia de un océano que hay de por medio. Es que mi madre se parece mucho a esos personajes de García Márquez. Que amonestan con ironías a sus hijos por más que éstos tengan cincuenta años. Me parto de risa por sus ocurrencias. Desde hace poco ha luchado contra el cáncer y sigue con entereza por más que a veces se moleste de los efectos colaterales. Pero el zarpazo de ese mal  le ha dejado una muesca. Su fragilidad se muestra cuando se pone en el invierno limeño su batín amarillo. Parece un tierno pollito que recorre desde muy temprano toda la casa, sin descuidar a sus plantas en la que tiene buena mano. Le molesto por su batín  pero ella sigue ensimismada en preparar su maleta para viajar a su tierra. Es nuestra eterna jugadora de baloncesto de siempre pero más frágil.

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