…el día que el ministro de exteriores Ricardo Luna reunió a todos sus homólogos del continente para acabar de una vez por todas con la dictadura de Maduro en Venezuela. Kuczynski fue el primer presidente sudamericano recibido por Trump. Había que cumplir con el titular del imperio. Lima, por tanto, convocó una reunión de cancilleres para tomar la medida de las medidas, la que desmantelaría el régimen venezolano de una vez: retirar todos los embajadores de Caracas. No se ahorraron esfuerzos, el palacio de jirón Ucayali fue recibiendo uno por uno a los cancilleres, desde Buenos Aires, desde Montreal, de Asunción, de Georgetown, ¿o desde Georgetown no vino?
El que sí vino fue el chileno, junto a periodistas y gráficos internacionales que tras inmortalizar el encuentro esperaron pacientes en el Centro Cultural Inca Garcilaso, habilitado como centro de prensa para la ocasión. El presidente de la República estaba en Moquegua, mostraba su indiferencia y frialdad frente a la importancia del evento sin alterar su agenda. Al regresar a la capital en vez de ir a Palacio o a su residencia en Choqueuanca pasó por la sede de Cancillería a saludar. Un hombre cercano, finalmente. Llegó, saludó y se fue. Nadie le vio, nadie le fotografió. Un tiempito después se escenografió el paso definitivo para acabar con el maligno régimen bolivariano. Todos los cancilleres en dos filas arroparon al canciller Luna que leyó un duro comunicado de condena del gobierno de Maduro. No era uno más. El País de España tituló: “Toda América asume que Venezuela ya es una dictadura”.
Y eso es todo amigos. Un titular contundente del 10 de agosto de 2017 que no valió ser voceado por el presidente Kuczynski. El artículo, que parecía escrito el día antes del encuentro, no mencionaba que el titular chileno, el que sí vino, había dicho que su país era soberano para retirar o mantener a quien quisiera en donde quisiera, o eso fue lo que se dijo, y que su intervención resquebrajó la voluntad de la mesa dejando como consuelo por las molestias el comunicado en el que se anunciaba la creación del “grupo de Lima”, un detalle para compensar el pago de los canapés de tanta gente.
Pero Kuczynski se había reunido con Trump y había que demostrar que en Perú cuando se habla se hace. O qué sé yo que se le pasaría por la cabeza al hombre que no mucho después se vio en arresto domiciliario por corrupción. La cosa es que Perú anunció que recibiría a los venezolanos con una visa especial de trabajo por un año.
Y así estamos. Pero antes de estar así, que no me atrevería yo a decir si bien o mal o regular hay que destacar la primera consecuencia de la medida, una paulatina presencia de venezolanos se empezó a ver en comercios y restaurantes, también en otros rubros. Y los peruanos y los que no lo son los recibieron con sincera alegría, “se nota otro aire”, se decía. El venezolano es alegre, resuelto, está preparado… Por poner un caso, el de un amigo que tiene una cevichería, es solo un ejemplo, insisto, su hermana atendía el salón, pero le salió trabajo en lo suyo y dejo de servir mesas. Durante un año el vaivén de personal fue continuo, por una razón u otra no era capaz de encontrar a nadie que cumpliera. El más capacitado de aquella procesión, un sexagenario con aspecto de ex presidiario, no quiso quedarse ni con oferta de subida de salario porque estaba muy lejos de su casa. Hasta que llegó una venezolana, que sigue, junto a dos compatriotas que terminaron de completar la plantilla. Yo tenía una teoría que discutía con mi amigo y que no terminaba de contradecirme. El venezolano, venga de una dictadura o no, ha tenido la experiencia de sentarse donde yo estoy sentado y ser cliente, e imaginarse cuales son las necesidades del cliente. La mayoría de empleados de comercio y hostelería peruanos con un sueldo mínimo y una hora y media o más de camino entre su casa y la chamba no le da ni dinero ni tiempo para ser cliente de nada, ¿cómo va a entender cuando alguien le pide algo que no está en las instrucciones que su jefe o encargado le ha dado?
Y aquí llegamos al tema central, el que debía haber ocupado el primer párrafo de este artículo, el que tendría que anteponer cualquier comienzo de escrito: la importancia de la educación. Otro ejemplo, otro amigo, tras pasar trece años guardado aprovecho su experiencia y conocimiento como karateka para hacer masajes y formarse en reflexología y otras técnicas de cuidado del cuerpo. Cuando salió de su encierro sufrió durante más de un año la burocracia del estado peruano, la formal, la informal y la delictiva que diría Francisco Durand. En ese año ofreció sus servicios como fisioterapeuta, empezó con los vecinos de su anfitrión, un técnico del INPE que le acogió, siguió con nuevos conocidos y acabó formando una cartera de clientes que le inclina a regresar y buscar fortuna en Perú, esta vez legal y formalmente.
¿Por qué la facilidad de los extranjeros para abrirse camino? ¿Por qué la dificultad del peruano que además no deja de formarse curso tras curso, maestría tras maestría? Si yo tuviera que apostar por una única causa, sin duda lo haría por la educación. No me gustan las estadísticas, pero a veces ayudan a entender. Según datos del Banco Mundial Venezuela destina un 7,3% de su PBI a la educación tras Cuba, Costa Rica y Bolivia; Chile un 5,4%; Perú el 3,9% por encima de El Salvador, Paraguay y Guatemala (son datos de UNESCO, 2020). En comprensión lectora Loreto es la región más baja con tan solo un 3,1% de estudiantes que alcanzan los objetivos mínimos, y es fácil imaginar que este porcentaje se concentre en los núcleos urbanos, y más terrible aún, más del 40% no llega ni a lo mínimo. La desigualdad social y las bajas tasas de calidad en la educación pública son dos hechos indisociables. La falta de una clase media numerosa que reclamase servicios de calidad hace que no se haya invertido en los recursos educativos suficientes para proveerlos y cuando dicha clase media creció gracias al periodo de bonanza vinculado al alza en los precios de los minerales la necesidad de cobertura de empleos cualificados se ha visto cubierta por migrantes de diferentes procedencias. Y así llegamos finalmente a la masiva presencia de naturales de Venezuela por la decisión política de un gobierno débil que quería aparentar liderar algo. Una migración aplaudida en un principio y pronto descontrolada y a continuación criminalizada, chivo expiatorio de todas las falencias de gobiernos, administraciones, funcionarios y de una sociedad en definitiva tradicional y huraña a la que le cuesta repartir. Una sociedad algo mejorada con respecto a la que describieron Arguedas, Vallejo o Escorza, pero no tan distinta fuera de la capital del país y otras pocas de provincia. Una sociedad, insisto, en la que el presidente (no distinto a sus antecesores) que presume de solicitar el ingreso de la Nación en la OCDE, un club de ricos, se dedica principalmente a llevar de gira a sus ministros en consejos descentralizados y supervisar obras de veredas en provincia para mantener la imagen del presidente del pueblo sin que nada de lo verdaderamente trascendente para todos los peruanos muestre signos de cambio.