Por: Gerald  Rodríguez. N

Desde niño creí que los poetas y escritores eran seres divinos, sagrados, por lo que escribían, porque lo que leía era tan bello como el mismo mundo, que asocié siempre a esos seres altos en sensibilidad. Las cosas bellas que uno lee, son producto de una vida martirizada que algunos, con lo poco que escribieron, renunciaron a su trabajo, otros se han buscado en sus obras toda la vida. Pero escribir es una búsqueda corta o larga, pero siempre es una búsqueda, y si escribir significa esa búsqueda, qué significará leer entonces, ¿la lectura acaso no es esa larga búsqueda a la que muchas veces renunciamos sin terminar de leer un buen libro? ¿Acaso los grandes maestros, inclusive los actuales, no tienen ese poder para cambiar nuestras vidas sin necesidad de recurrir al psicoanálisis? ¿Dónde entonces quedan los grandes libros, sino es acaso para moldear nuestros pensamientos ante lo establecido?

No me imagino a Bertold Brecht, Strindberg o a Shakespeare escribiendo con pereza y sin gusto imaginativo, sin la mínima intención de causar un efecto en sus lectores o espectadores; ni tampoco me imagino a Rilke, Vallejo, Neruda, Rimbaud, Baudelaire, etc., escribiendo poesía sin intentar conectar sus espíritus rebeldes, contestatarios, inquietos por lo establecido, con sus lectores pasivos, con su sociedad dormida, con su comuna letárgica, gritando en su cerebro la rebeldía y el cambio de un sistema estable que no hace nada más que dividir y despojar de sus derechos a los que  creen que no lo tienen. Tampoco me imagino a un Gabo, Cortázar, Borges, Vargas Llosa, que inconsciente o conscientemente, figurando en su obra una lucha de clases, no quieran que sus lectores sean mejores personas en una sociedad mejor, construida por ellos mismos, a partir de la toma de conciencia, a partir de la reflexión, desde las formas no lógicas y alteradas de sus obras, como el Ulises de Joyce, intentando decirnos que la vida también debe ser esa forma indefinida, como la literatura, y que lo establecido, donde solo unos son más que otros, hacen que la humanidad se polarice. ¿Para qué entonces sirve el arte sino es para despertarnos de nuestro estado de confort, de nuestro conformismo, de nuestro letargo, mientras dejamos que la tiranía crezca? ¿Acaso en la generación de Vargas Llosa no describieron la tiranía de los golpes de Estado y dictaduras para describirnos como sociedad, acercarnos al presente, y decidir desde entonces alcanzar un futuro diferente? ¿Para qué sirve el arte que sin elegancia, rebelde de forma, de fondo, desde sus versos o sus personajes, sus estructuras, no es una manifestación del presente como una radiografía que todo está mal en la sociedad? ¿La decadencia humana que expresan las obras de arte acaso no son el reflejo de nuestro tiempo? ¿Dónde están entonces los escritores, que con creatividad están tratando de decir todas estas cosas de una manera diferente? ¿Dónde están los buenos libros que cuesta ver hoy en día, y que de una búsqueda exhaustiva solo encontramos unos cuantos? ¿Dónde están esos lectores que solo se satisfacen con una buena historia, un mal poema y drama que aburre, y no exigen más al escritor, al dramaturgo o al poeta?

Creo que algo está mal, pero no pensemos que solo el Estado, el gobierno, el alcalde, los profesores, los activistas culturales tienen la culpa, la culpa también es nuestra, porque en vez de estar en esa búsqueda, solo me contento con mirar un programa basura en la televisión, y me es más fácil echar la culpa al que creo que la debe tener, tantas veces de la misma manera, desde mi sillón, frente al televisor.