Cada día se acrecienta el rumor del pedido de confianza que podría enviar el gobierno a través del premier con la intención que éste, al negársela, pueda constitucionalmente cerrar el Congreso de la República. Desde los rumores de gente allegada al gobierno hasta las voces altisonantes que desde la oposición lanzan como una especie de reto para probar la fortaleza de Martín Vizcarra o al menos de su temperamento y su intención real de pasar a la historia.

Se dibujan dos escenarios: el primero que se basa en señalar que es insulso cerrarlo para dos años y tal vez menos en funciones. Que sería en vano pues la participación de los mismos grupos políticos no asegura que la denominada reforma política salga adelante y peor aún al generar un periodo congresal previo al 2021 los impresentables de hoy podrían volver a presentarse para ese periodo. La otra es más audaz. Cerrarlo sin atenuantes, gobernar por decretos asegurando que sea más ejecutivo en lo inmediato y popular este gobierno y, con cierto respaldo, arrinconar a una oposición que no tendría capacidad de maniobra.

Hay ciertos puritanos y constitucionalmente disfrazados que apelan a la inestabilidad como un riesgo como criterio para frenar esta intención y otros que lo azuzan porque obviamente se les abre un camino dónde podrían cosechar, llámese la izquierda o grupos radicales tanto diestros y siniestros que creen podrían tener la oportunidad de abrir su propio espacio político electoral y cobrar protagonismo hegemónico al 2021.

Pero todo esto ahora está, para bien o para mal, concentrado en la decisión de un solitario Martín Vizcarra y que no responde sino al peso moral e histórico que le plantean las circunstancias actuales del país y tiene las horas contadas para ejecutarla o no. Una decisión que, de ser bien planteada y llevada diligentemente en los próximos dos años podría catapultarlo a un espacio en la historia nacional. Ahora no será reconocido pero en el futuro podría tener un valor incalculable y referente además para los que vengan.

Pues generando equilibrio a sus decisiones, para no alejarse democráticamente de los valores que amerita una sociedad como la nuestra que ya sabe de dictaduras y sabiendo retirarse paulatinamente del escenario electoral pero solucionando técnicamente las importantes demandas, podría tener el éxito que ni él se planteó hasta hace poco, aunque esto signifique desnudar su acercamiento a los grandes grupos, pero a su vez tener el alma para poder desprenderse de ellos. Al menos hasta ahora no se le ha visto huachafo ni rastrero como los Humala o grandilocuente o socio como lo fue Alan y los que llegaron con él.

El resto: evaluación y comisiones internacionales, agoreros del fin del mundo, y uno que otro plantón en aras de la defensa “republicana” no pasan por ser fuegos de artificio, lo importante, lo realmente popular y democrático es hacer lo que proviene en búsqueda de la decencia y legitimidad.

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