Para entonces don Benjamín Saldaña Rocca, domiciliaba, en el año 1907, en la calle Próspero N° 238, pero no era desde ese lugar donde se encontraba su poderosa máquina de escribir donde temerosamente escribía cada descripción infernal y sanguinaria de lo que sucedía en los afluentes del Putumayo con respecto a la extracción de caucho y la esclavización, matanza y trato salvaje de los patrones y matones de Julio C Arana hacia los indígenas de esa zona. Desde la calle Morona N° 49, donde se encontraba la “Sanción”, periódico de propiedad del mismo Benjamín Saldaña, el periodista amenazaba contra los intereses del gran señor del caucho por los crímenes que se venían aconteciendo en el Putumayo, crímenes ocasionados no solo por el incumplimiento del deber a la tarea extractiva, sino muchas veces por pura diversión, matar por vacilón o para que esas voces no digan nada respecto al horror que veían en el rostro de sus vejadores y violadores y por el inmenso dolor que sufrían en lo más profundo de su ser al momento de sentir de cómo el látigo les partía el alma o que una bala se apoderaba del último suspiro de sus vidas. El matar a las mujeres indígenas después que eran violadas dentro de los serrallos, era la actividad más normal para Víctor Macedo, Miguel Loayza, Carlos Miranda, José Inocente Fonseca, Luis Alcorta, Miguel Flores, Armando Norman entre otros que fueron denunciados por los delitos de no solo violación sino por estafa, incendio, robo, estupro envenenamiento y homicidio agravado. Denuncia que por supuesto lo asumió como principal denunciante don Benjamín Saldaña Rocca, declarando que todo lo dicho es verídico bajo declaración jurada en el notario para el juez, por lo que no se debería dudar de las versión que el periodista declara y que lo hace público en su semanario y que también lo presenta en un calculado de 15 páginas y que desde ese mismo día, mes y año, 29 de Agosto de 1907 en la Sanción y desde el mes de Diciembre del mismo año en la “Felpa”, se convirtió en una mosca en su leche para don Julio C Arana, a la cual Benjamín lo denominó como cómplice intelectual por ser los asesinatos, vejaciones y otros delitos que cometían sus capataces órdenes irrefutables del mismo Arana.
Benjamín Saldaña, hombre sano respecto a sus consideraciones de la vida humana, el respeto por el otro y la consideraciones lógicas y humanas respecto al indio que posee los mismos derechos que los civilizados por pertenecer a la patria peruana, país con leyes y derechos para todos su habitantes, asume y se la juega por aquellos delitos de lesa humanidad para que sean considerados por el Juez del Crimen don, D. A Urmeneta y que se dé por estos delitos las sanciones más severas como la pena de muerte. Años después Benjamín sería arrestado por difamación con orden posterior de abandonar la ciudad, el juez Valcárcel que tomará el caso posteriormente, desaparecerá después de su último informe, y es que el poder de Julio C. Arana no era para que ningún juez menosprecie, pero que el juez Valcárcel y el periodista Saldaña no les tembló la mano ni tampoco se les acabó la cinta de la máquina de escribir para que eternizaran en sus denuncias las barbaries y el inhumanismo que este señor ordenaba a cometer como si se tratara de un émulo entre sus capataces entre quienes mataban, violaban, atrapaban y enajenaban más indios en los distintos sitios de acopio de la extracción de la goma.
Si Saldaña siempre estaba sentado en su buró, frente a su máquina de escribir y chequeando los anuncios y crónicas que se preparaban para el semanario, uno se pregunta cómo y dónde Benjamín Saldaña se enteró de todo estos acontecimientos por lo que desde su semanario, Benjamín se enfrentaba a la barbarie de los señores del caucho. Pues sin salir de su escritorio, el 07 de Agosto de 1907 Benjamín escuchó con atención las declaraciones de Anacleto Portocarrero que no solo le contaba lo que había visto sino que también le había dado un informe gráfico, prestando luego juramento ante un notario de lo presentado y lo dicho. También tomó en consideración a Juan C. Castaño, Julio Muriedas, Juan Vela, Reynaldo Torres entre otros que no solo iban con el dolor y la muerte en la boca a narrar, como observadores que también fueron del horror, todo lo que sucedía en los distintos puntos de extracción cauchera, sino que su verdades se fundaban en hechos probatorios por lo que cualquier alma humana pudiera haberse sentido aterrorizada, como le pasó al gran Benjamín Saldaña que desde ese día no podía dormir por las noches al pensar hasta qué punto el hombre puede ser enemigo de su propia especie y todo por codiciar el gran poder fantasma del dinero. “hombres honestos, eviten el putumayo” había sentenciado para siempre.
Escrito por: Gerald Rodríguez. N